Naufrago de mi propio dolor. Convivo en la eterna huida para combatir las sensaciones irrepetibles de una vida ya lejana.
Ha llegado el momento en que los puñales me los clavo yo mismo, al vivir constantemente en los años trece.
Mi mejor amiga se ha convertido la botella, infinita, sin fondo .
Ahora toca lanzar esas sonrisas de cocodrilo, mientras mi alma llora, grita y no esconde mi única verdad.
Siento que cada nueva oportunidad ganada y merecida es desechada por no saber ni olvidar. O lo que es peor, por esperar.
Mi corazón se retuerce porque no puedo evitar sentirme solo, sobretodo cada 9 que marca el calendario o las tardes de domingos vacíos, aunque me aupe mi gente.
Sé que ahora queda agarrarse a nuevos proyectos pero no se ya ni porque o para que lucho. Después de meses lanzando mi bote salvavidas a mi pequeña.
Pero, ¿Y a mi? ¿Quien me rescata a mi? Me hundo en vuelto en esta red y no soy capaz de ver mas allá del Titanic al fondo del mar.
Me he pulverizado, completamente, en la nada por luchar constantemente, por lo que todo el mundo sabía que era un imposible.
Y todo por culpa de esa fuerza engañosa que me hacía sentir, cerca de nuevo, lo eterno. Sin embargo, se han agotado las existencias del departamento llamado felicidad.