La tiranía de la báscula.
Seguro que usted, querido lector, ha sufrido en algún momento (si no lo está experimentando ahora mismo) la tortura que supone quitarse de encima los kilos que le sobran. Es una decisión recurrente que la mayoría de los mortales tomamos con una periodicidad, comúnmente, anual.
Suele coincidir con la primavera avanzada, cuando comprobamos ante el espejo lo descaradamente mal que nos sienta ese traje de baño que, tan solo el verano pasado, tan graciosamente resaltaba nuestra silueta.
Asumiendo que siempre existe la opción de ponerse el mundo por montera y lanzarse a alabar al que inventó sumar "X" en las tallas, usted decide ser responsable, disciplinado, saludable, riguroso consigo mismo y… apostar por el suplicio.
Porque, dejémonos de historias, adelgazar es un calvario .
Pues la respuesta es sencilla. El tejido adiposo (el que se expande y crece sin piedad formando los odiosos michelines) es un maravilloso invento evolutivo que Gollum, si no fuera porque está en los huesos, habría considerado, sin dudar, mi tesooooro.