Un trabajo de economía la excusa perfecta.
La soledad de mi casa nos iba a brindar con aquello que deseábamos durante tiempo, tras tantas horas invertidas, en besos y caricias, en aquellos bancos de los parques de nuestra ciudad, a veces, justo detrás de aquella cascada.
Se fueron.
Te dije – ¡calla! Mientras mi índice silenciaba tus labios. Te besé, te cogí en brazos y te transporté a aquella sauna provocada por nuestras ganas .Al fin, nos derretimos. Al fin, nos convertimos en uno.
¿Lo recuerdas? Éramos unos críos. Tú en plena pubertad, yo sin barba todavía. Sin lugar a dudas, éramos unos completos ilusos. La ignorancia no nos hacía ser conscientes de todo lo que vendría después. Nosotros.
Aquella noche, fuimos capaces de alumbrar aquel apagón mundial. Los focos estaban en esa habitación. El universo giraba en torno a dos cuerpos sudados, absorbidos por el calor. Éramos pura lava deseando mojar la cama.
Nuestra primera vez terminó, nos vestimos, pero no supimos satisfacer del todo las ganas. Todavía recuerdo lo calmada que te quedaste. No me hubiese importado seguir naufragando en cada milímetro de tu piel, enredado en tu pelo castaño, alargando la noche hasta la madrugada.
La decisión estaba tomada.
- ¡Estamos en épocas distintas, yo en la universidad, ¡tú tan sólo empezando bachiller!¡ Sin duda, sé que vas a ser la mejor suma de todas! ¡Vivamos nuestra etapa!
Aquel banco todavía es testigo de tu sonrisa al escuchar mi proposición. La de buscar ser más que una pareja, el equipo perfecto.
Y desde entonces, lo fuimos.