Mil veces me eche para atrás en hacer algo, mil veces que quede callada, mil veces me sentí como que no tenía voz y todo esto se debió al miedo. No quería decir ni hacer lo que pienso, me daba susto el cómo iba a reaccionar .

No sabía porque, solamente sabía que no podía hacerlo. Por mucho tiempo me sentí encerrada, como que no encajaba, me convencía a mi misma que escondiéndolo era mucho mejor, iba a evitar problemas, pero saben que? Estaba equivocada, el sentimiento de guardarme mis acciones y pensamientos era mucho peor al largo plazo, en el minuto estaba todo bien porque sentía que era  mejor evitar, pero luego me di cuenta que ese sentimiento era momentáneo, cada vez tenía más probabilidades de salir a la luz y todo lo que pensaba era “que porfavor no sepa” “no quiero hacer problemas” hasta que me di cuenta que el único problema era pensar que esa tranquilidad momentánea era la solución que nesecitaba, me quedaba tranquila pero siempre volvía ese irritante sentimiento de inquietud, algo no andaba bien. Un día me animé a hablar, me atreví a tomar una iniciativa, me propuse decir lo que pienso, cambiar esto que me estaba pasando por algo mucho mejor. Yo no merecía esto, nadie lo merece y al fin y al cabo me anime a decir algo. Todas las decisiones tienen sus consecuencias y tal vez no sean las que uno esperaba, pero el poder romper esa barrera definitivamente valió la pena, me volví a sentir viva y logre encontrar mi lugar en el mundo, entendí la verdadera razón de la vida, vivir siendo yo.  Sin duda, ese sentimiento era mucho mejor que la tranquilidad momentánea que me traía quedarme callada, porfin encontré mi propia voz.