Escribí en mi diario, continuamente, para desahogarme, para olvidarte, para amarrar todo este dolor. Sobrevolé frases en aviones de papel para luchar, para recuperarte, para escribir finales en los que, las perdices- como en la mejor película de Disney- nos las íbamos a comer juntos, tras levantar tu velo.
No puedo negar que, la magia de nuestro amor me da cosas buenas hasta cuando, por tu parte, se terminó .¿Quién me iba a decir a mí, que nuestro punto y final acabaría por regalarme un sueño de adolescencia?
Desearía, que mis dedos hubiesen sido envueltos por tu melena, eternamente, para anestesiarme cada tarde. En vez de, verse cubiertos con la sal derramada por mis ojos al escribirte, suplicando que volvieras.
¿Cuántas veces habré clamado al cielo para pedir que volvieras a ser tu?
Ignorante de mí, no quería ver que eras tu. Tu evolución estaba ahí. La persona de la que me había enamorado ya no estaba frente a mí. Simplemente, junto con tu forma de ser, la vida te había apartado de mí, porque ya no me necesitabas, porque ya no estabas enamorada de mí.
Y ahí viene lo duro, el corazón abierto a carne viva, infectado por las mentiras y el dolor de una pérdida irreparable. La crueldad de sentirse nulo, porque enseguida fui sustituido. El echar de menos una persona que provocó en mi la frase de ‘’el amor es corto, pero el olvido largo’’- como decía Neruda.
Y es que tu amor hacía mí, quedó reducido, en la nada absoluta, con tus mentiras. En cambio, mi capacidad de olvidarte, sigue a años luz del planeta tierra, al que me deberías haber bajado con tu dosis de realidad. Sin embargo, sigo subido en la nave especial, sin el cinturón abrochado, con el freno de mano echado en nuestro planeta. Ese, llamado Juntos Hasta el Final, que tanto te nombré. Ese al que le queda poco para estallar, haciendo añicos todo lo vivido.
Sólo espero que, al menos, no arrase conmigo la explosión y consiga huir a tiempo.
