Daría todo para que cada mañana no te conviertas en un espejismo al abrir los ojos.
Sin embargo, viviendo en mi realidad, en mi día a día, reconozco que ya no estás aquí. Que te fuiste con él .
Me convertí en un fiel reflejo de tu pasado. Seguramente, tu mejor reflejo. Ya que me demostraste, que, a pesar de tus huecos oscuros, eras capaz de dar y ser lo mejor cuando amas a alguien. Pero no, ya no. Lo mejor de ti, ya no me toca vivirlo a mí. Ahora soy las virutas, arrinconadas, de un cristal roto. Mientras tu insistes en reflejarte en un espejo opaco.
Ahora, soy ese agujero negro en su interior que se absorbe continuamente, al recordarte. Soy ese naufrago de la historia más bonita que mis dedos han redactado. Soy, no sé quien soy. Ni yo me reconozco cuando manipulo la llave que abre el candado hacia mi futuro.
En esta cruel dimensión, tus besos son suyos, tu aroma se la regalas a él, tu cuerpo, esa obra perfecta creada de metro y medio, es recorrido por el titiritero que te acompañó en la obra de teatro en la que convertiste nuestro final.
Y la única verdad que queda, tras todo este terror, en la que conviven, todavía, mis pasos por si os veo, es que mi interior sigue destrozado. Y, mi subconsciente, en cada noche, me sigue recordando todos los momentos que pasamos juntos y todos aquellos planes que quedaron desechados tras tu adiós.
Y si, mi subconsciente, proyecta en mis sueños el recuerdo de tus besos, de tu sonrisa al pertenecerte, de mi felicidad por tenerte, por olerte, por ser tú cómplice y tu mi compañera de vida. Y eso hace más difícil el recorrido al olvido, y con ello mi subsistencia emocional.