Y como en un témpano de hielo, sentía que mi temperatura bajaba por momentos. Era como estar muerto por dentro, mi corazón dejaba de latir a cada golpe de aguja del reloj .Sentía la pausa recorriendo por mis venas, mientras se erizaba mi piel.
Una ráfaga de aire, cerraba de nuevo la puerta. Otra vez, cuando sentía que estaba cerca de escapar, otra vez, sí, otra vez se volvía a cerrar la puerta. Mi tristeza se veía inundada por litros de sal, que recorrían ferozmente mis mejillas.
Entraba en bucle de nuevo. Era como el sueño en el que echamos a correr y nunca llegamos al lugar donde nos esperan, y donde, nos morimos por llegar. Era como empezar una maratón sin meta. Y así, continuamente, atado a una silla, la película se rebobinaba una vez tras otra, sin parar, sin bebida ni palomitas.
En mi mente, acababan susurrando voces de paraísos lejanos, mientras invadía esa extraña sensación de tener al lado un ente imaginario. Víctima de mi propia locura, habitante de mi propio laberinto sin salida, viviendo en un veinticuatro siete, literal, en ese crucigrama sin letras.
Y así, es como me presentaba a un septiembre- distinto-, al que me agarraba con fuerzas para poder buscar, en cualquier lugar del mundo, las palabras exactas que encontrasen el acertijo liberatorio de esas múltiples cadenas, pesadas, indestructibles, que ahogaban y apretaban, demasiado.