Después de todos estos días tan raros, me he dado cuenta de que me ha surgido otro gran miedo: el cambio. ¿No les ha pasado que estás riendo tanto que te duele la cara? ¿Que miras a ciertas personas y te das cuenta de lo mucho que las quieres? Más de una vez, cuando he estado con las personas que quiero, me he alejado del grupo solo para observarlo. Y podía ver cómo se hacían felices unos a otros y cómo me hacían feliz a mí .
Cómo alguien percibía mi ausencia y cómo alguien también me observaba a mí. Y es en esos momentos en los que solo puedo pensar: ojalá se pudiera congelar esto para siempre. Ojalá se pudiera tener estos momentos en una cajita y poder vivirlos cuando yo quiera, exactamente con las mismas personas y de la misma manera. Entonces me doy cuenta de que las personas crecen, los momentos cambian y esa burbuja de felicidad se derrite. Le he pedido a mucha gente que no se fuera, pero he aprendido que eso no hay que pedirlo nunca. Pocas veces me lo han pedido a mí. También sé que no hay que quedarse dónde no saben quererte. Y esto, es una manera más de crecer:
aprender a saber con quien sí y con quien no, aunque muchas veces duela.