Tensé la cuerda y esperé. Sin hacer ruido, me acerqué más .Cerré mi ojo malo, el derecho, y apunté. Él me miró; sé que lo hizo. Y fue más rápido que mi flecha. El ciervo se marchó corriendo, así que bajé el arco, sin perder la posición y di una patada al aire de la frustración. De reojo, vi una sombra blanca, me puse alerta y miré hacia allí: un espíritu translúcido en forma de león me esperaba. Había llegado la hora de volver al pueblo y que se iniciase el rito para mi paso a la edad adulta.