Sinceramente
16 Feb, 2018
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Creo que...Sinceramente


Para mi madre y para cada cuerdo que equivocándose enloqueció.

“No percibía tus manos frías
Pensé que era la soledad”
-Estella

El teléfono sonó temprano .
Él pudo reconocer su voz en la primera frase, la podría haber reconocido en medio de un gran cúmulo de ruidos en el inmenso mundo foráneo. Como música. Se trataba de ella.
-Necesito verte hoy, ¿estás libre?- preguntó.
-Claro, siempre estoy libre para ti- esbozó en medio de bostezos.

El día transcurrió un tanto diferente para él. Había una alegría de trasfondo que mantuvo su cabeza ocupada por gran parte del tiempo. Divagando, se perdía viendo las espadas del reloj girar sin sentido alguno. Ansioso, cada vez que recordaba que la vería por la noche, se entusiasmaba con el pueril deseo de que llegara el momento de hablar con ella. Quería verla sólo para recordar cómo sonaban sus dos nombres juntos en esa voz, en su voz. Pasaba en una especie de somnoliento éxtasis, causado por el ávido deseo de derretirse en sus brazos finos. Quería sentir sus dedos entrelazados en un nudo inerme que lo hacía sentir protegido por ella. Quería tener su olor cerca sólo para percibir las singularidades de ese sedativo aroma y lo que podía causar en su mente. Un alfiler de realidad reventaba sus malgastadas vaguedades y le recordaba que entre ellos dos había una barrera con nombre y apellido. Inapelable verdad con la que le tocaba vivir.

Subió escalón por escalón, contando cada paso, se paró ante la puerta en lo que parecía un ritual de nervios. Antes de que él alcanzase a tocar, ella ya la abrió; se veía hermosa. Era hermosa. La tenía enfrente y se volvía tan débil, ella podía hacer de él lo que quisiera. Él podía pasar horas mirándola, intentando entender cada una de las formas de su rostro, confundiéndose con sus ademanes, redescubriendo el concepto de amor, perdiéndose en sus ojos y volviéndose a encontrar en sus labios; podía tomar su mano y sentir que de pronto estaba completo. Recordaba que cuando era niño solía sentir algo parecido cuando escuchaba las llaves de mamá en la puerta, la camioneta del abuelo, o percibía el olor a la comida de la abuela, entonces llegaba a la conclusión que ese sentimiento se llamaba pertenencia y cuando ella estaba cerca, él podía sentir y estar seguro que ahí, junto a ella, era el lugar donde debía estar. Pertenencia.

Se saludaron como solían hacerlo siempre, un beso nada forzado en la mejilla y un abrazo un tanto más largo que los comunes. Pasaron dos segundos y pudo advertir que a ella le pasaba algo.
-¿Qué pasa?- preguntó.
- Nada no pasa- alcanzó a responder, mentía.
De pronto, empezó una canción conocida para ambos, ella empezó a tararear un tanto carente de ritmo; él, absorto, se limitaba a observar sus labios, era cuestión de tiempo.

La noche continuó normal, un café caliente, dos copas de vino hervido, algunos secretos que se guardan para personas que se los ganan, tres cigarros, un número indefinido de canciones que cobraban sentido cuando las cantaban juntos, ningún silencio incómodo, risas pausadas y caricias leves con el sonido irritante de la noche exterior siempre presente, eran las diez. Eso que ellos tenían era tan diferente, eso que se da una vez en la vida si se tiene suerte y si el infortunio está de lado, se vive sin saber lo que ese tipo de química significa. Estaban juntos y no necesitaban a nadie más, el resto del mundo sobraba y el tiempo apenas alcanzaba; tan ilusos para darse cuenta.
-Te pasa algo, ¿él dónde está?- volvió a exclamar.
- Ya estoy bien ahora. No sé, no me ha llamado- respondió.
Intentaron empezar otra conversación, no fue nada difícil.

Después de un tiempo más charlando, bromeando, riendo; en resumen, viviendo, las copas demás hicieron efecto, mareados seguían hablando cuando ya sabían que las palabras estaban empezando a sobrar. Consciente de eso, ella calló mientras observaba la nada presente en el departamento. A él le encantaba verla cuando ella no se percataba, cuando pensaba que nadie en el mundo se detendría a observarla; ese momento en el que ella no era de nadie más, sólo de él. De pronto, ella lo advierte observándola y él se ruboriza, es precisamente en ese momento en el que los papeles se invierten, ella deja de ser suya y él empieza a sentirse totalmente de ella, genuinamente de ella. La luna llegó a ser testigo de cómo esas miradas se conectaron profundamente, de pronto se encontraron dos centímetros más cerca, y luego seis, y luego diez y finalmente cuando estaban frente a frente ya no había nada por hacer, ni un paso atrás, desde ese momento todo para adelante, decidieron saltar al incierto vacío para dejarse atrapar el uno por el otro. Un rose de labios dio a entender que la noche estaba apenas empezando. Él se fue perdiendo hasta encontrarse con su mano, la sostuvo como uno se sostiene a la vida, con miedo. Ella logró sentarse en sus piernas y él pudo sentir sus muslos fríos sobre su regazo mientras la miraba fijamente, mientras intentaba descifrar un cúmulo de historias que esos ojos guardaban, se dejaba embriagar por el ridículo deseo de sentirlas a través de sus dedos; sólo quería escribir unos cuentos para ella. Ella se acercó, lo besó y él se pudo dar cuenta de que no importaba las trampas que les tienda el destino, los momentos de pesadumbre infinita, el desencanto diario, los días de lluvia ni las noches sin estrellas; mientras él tenga esos ojos enfrente y esos muslos encima. Pasaron el resto de la noche siendo ellos mismos, pero juntos, creando historias, reviviendo recuerdos, sintiendo caricias, saboreando besos y afianzándose a lo que llegaba a parecer que era el amor.

La luz del sol mostraba que estaba amaneciendo. Él la vio e intentó robarle un beso, al cual ella respondió esquiva. La observó un tanto aturdido y ella, nada dubitativa, se atrevió a calificar esa noche como un error; algo que pasó, pero no debía suceder. Él, bastante trabado, le habló sobre lo suyo, el amor, el tiempo; enumeró un sinfín razones para que se quedara, las palabras se mezclaron en el aire y se hicieron imperceptibles ante sus ojos y oídos inciertos. Y ahí estaban esos ojos que durante mucho tiempo habían sabido quitarle y devolverle el aliento a su conveniencia, mientras él se disponía a despedirse. Su vida empezaba en sus labios y, curiosamente, terminó en los mismos.

Llegado el momento, se despidieron y tomaron direcciones distintas sin la esperanza de volverse a ver. Los días siguientes a esa noche se hicieron eternos, no había un momento en el que su cabeza no considerase todo lo que había pasado, ¿se equivocaron tal vez? Desde ese día se perdieron el uno del otro, pero como ráfagas hubo dolorosos encuentros en cada momento vacío, en cada canción que pudieron llamar suya, en cada beso vano y en cada mano helada que pretendieron tomar a lo largo de su vida. Ningunos labios volvieron a saber igual, ningunos ojos volvieron a sentirse igual y con el tiempo llegaron a creer que eso era normal para todas las otras personas que, como ellos, cargaban con una historia inconclusa en su corazón y memoria. Esa despedida inmunda lo persiguió por mucho tiempo, pensaba en por qué no pudo ser suficiente, en por qué el amor a veces no basta, en por qué algunas historias están hechas para quedar inconclusas. Los recuerdos de esa velada llegaron a perderse tras un gran número de noches inmutas bajo los efectos de alcohol barato y una mala compañía; tratando de reír para no llorar y siempre presente el dolor constante de haberle contado sus secretos, sus miedos y sueños, de seguir amándola pese a que ella nunca lo hizo.

El tiempo pasó y él, por más que seguía amándola, ya no esperaba que regresara. Hubo días ingratos en los que se cruzaron por la calle, impávido, juraba que esa era la mujer que por una noche pudo llamar suya, no recordaba bien lo que pasó, pero el sentimiento reverdecía cada vez que sus miradas inquietas volvían a encontrarse. Momentos que llegaban a ser angustiosos. El paso de los días se hacía imperceptible mientras él, poco a poco iba encontrando salidas para, al menos por un momento, sacarla de su mente. Cada vez que se encontraba con pequeños pedazos de lo que ella era, de los que ellos llegaron a ser, se veía así mismo devastado y perdido en un inútil camino sin salida. Su corazón se ahogaba un poco cada vez que la sentía presente, cada vez que la veía. Se vio obligado a buscar un sentimiento parecido, pero lo único que encontró fue un montón de cuerpos irreales, pláticas ilusorias, bromas sin reacción. Se pasó saltando de lugar en lugar con mujeres vanas, probó la soledad entera y la soledad acompañada, nada llegó a parecerse a esa noche. El olvido parecía ser un veredicto irremediable que le llevó tiempo dictaminar. Hasta que un día, en el acto más grande de valentía que él jamás había alcanzado, logró olvidarla.

-Fabián José Carrión Rivera
Cuenca - Ecuador
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Admin 465 puntos 16 Feb, 2018 Admin 465 puntos
Una publicación muy trabajada! Felicidades
+1 voto
16 Feb, 2018
Fabián Carrión 9 puntos 18 Feb, 2018 Fabián Carrión 9 puntos
Te lo agradezco! Espero que lo hayas disfrutado.
Phanie432 812 puntos 16 Feb, 2018 Phanie432 812 puntos
Wow!! Qué bien escribes, me encantó!!
+1 voto
16 Feb, 2018
Fabián Carrión 9 puntos 18 Feb, 2018 Fabián Carrión 9 puntos
En serio? Me alegra infinitamente que te haya gustado. Compártelo para hacerlo popular, te lo agradecería.
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