La lluvia es inclemente. Cada cual va sumido en sus pensamientos, forjando a hierro partido sus circunstancias .
Aquel día, era uno de esos intensos días, donde en lo único para pensar era en los porqués del amor y en la efímera temeridad de creer que un amor, puede durar solamente una vida. ¿Y por qué no la eternidad? ¡Vaya locura! Aun lo sigo pensando ¿Por qué no puede durar toda una eternidad?
Alejandro procura llegar a tiempo. Le apremia el clima. Es una cita impostergable. Un aniversario. Un nuevo encuentro. Las flores resplandecen por el fuerte rocío de la intensa lluvia...
—Si ya no te gusto, me lo dices y ninguno de los dos perdemos más el tiempo —Su mirada trata de hallar alguna respuesta sincera.
—¿A qué viene todo eso? Estoy cansado. El día ha ido de puta madre y me sales con esto. —La cara de sorpresa denota el sin sentido de su apremio por una respuesta. En ese instante, un pensamiento le asalta la tranquilidad.
<< ¿Se habrá enterado lo que paso con Mónica?, fue un beso loco y ya.>>
—¿Me has sido infiel? Contéstame sin apartar la mirada—La tenacidad angustiosa es incisiva.
—De un tiempo para acá no. —Responde bajo una sonrisa juguetona. Un empujón con un golpe sobre su pecho le convence de la seriedad del cuestionamiento. No puede tomarlo tan a la ligera. Fue una salida maestra su ataque en forma de broma, eso la saca de balance.
En el fondo Helena conoce las andanzas de su amiga. No es ninguna santa. Eso le tenía sin cuidado, siempre y cuando no tuvier a algo que ver, con Alejandro. Y al parecer, cuando se pasa de tragos, le fascina insinuarse y en esta ocasión su blanco, es su amado. ¡Un beso!, ¡es un beso!, así sea furtivo o robado.
Dejar avanzar a Helena en sus dudas, pone en riesgo su momento de intimidad. Procura alcanzar su atención plena. En calma, pero con decisión, asalta sus labios. Su mirada está en la presa. Incrementa su deseo por hacerla suya.
La proximidad se escuda en gestos primitivos.
Un roce leve. Olfateo de labios. Seguimiento exhaustivo de cada uno de los pliegues carnosos de su boca. Con un suspiro profundo aspira su suave aliento.
Humedos pálpitos de deseo y desespero. Uno a uno, los besos, la colman.
Humedos pálpitos de deseo y desespero.
Uno a uno, los besos, la colman.
El ataque inicial encuentra un rechazo leve. Hay una molestia circulando en sus predios. La misión es tomar la mayor cantidad de territorio posible, poder lograr un contacto pleno. Profundizar la íntima necesidad de placer. Su insistencia apenas lo logra. Ahora debe dilatar la angustia del deseo por todo su cuerpo mientras danza sobre sus labios con profundos besos.
Besos incansables le asaltan. Besos infinitos en sus formas de sujetar, angustian sus labios. Besos a lengua suelta hacen palidecer su piel.
Besos incansables le asaltan.
Besos infinitos en sus formas de sujetar, angustian sus labios.
Besos a lengua suelta hacen palidecer su piel.
Al fin se apodera de su atención plena. Una sed incontrolable los arropa.
Desean sorber cada pliegue hecho cuerpo, cada palabra, cada suspiro, cada deseo.
La eternidad los alcanza desde el entramado de sus labios.
Ahogos intermitentes les hace recordar la necesidad de respirar. Esos besos están cargados de vida y de ardiente emoción. Exuberante sensación de suaves desvanecimientos.
Besos ahogados. Besos Plenos. Besos mojados. Besos inclementes.
En este momento lo son todo. El tiempo se desdobla en un eterno ahora.
El cálido aliento de Alejandro empapa las dudas de Helena. No puede acobijarse en pensamientos amargos, llenos de emociones espontaneas. Zarpa poco a poco desde la rabia y el desamor hacia los mares del deseo. Las aguas agitan las ganas de ir por más. La intensa emoción de no saber a donde llegaran sus ansias de placer, le deja a merced de su inquietud.
Aquellos labios evidencian amor, deseo e intensa pasión. Esos besos deliberadamente protestaban ante la insensatez de ser objeto de tantas ausencias. Estaban cargados de un estado superior de encuentro y entrega.
Es un instante impregnado de intimidad, no hay espacios para los celos o para las incertidumbres.
Desnudos. Acurrucados. Postrados.
Sus cuerpos yacen en el lecho de amor.
Besos angustiantes son el preámbulo de un intenso encuentro.
Una onda de calor irradia desde las texturas más intimas.
Tibias. Amplias. Exudan placer.
Un torbellino de pensamientos llenos de eróticas posturas se debaten entre movimientos de aprensión o de máximo contacto.
No es su primer encuentro.
Suelen ser las mismas bocas, los mismos labios, las mismas lenguas y los mismos puntos íntimos, pero son los más precisos para lograr la perfecta comunión.
Estos besos poco entienden de un principio o un final. Solo son besos para perdurar en la eternidad.
La fuerza del furor de aquellas pieles, toma un significado singular, más que una entrega, más que un encuentro íntimo, era mucho más que un desabrido coito.
Había deseo, pasión y sobre todo amor. Y no era un amor de esos de los que andan por ahí, de esos de cualquier tipo, ¡no!, este era un amor lleno de amplia expansión.
Helena está dispuesta a ceder hasta el último centímetro de sus pliegues ocultos, tenía la necesidad de darle liberta total a su lujuria ardiente. Va por todo y por qué no, por mucho más.
Alejandro busca moldear su anhelo de encuentro haciendo movimientos envolventes de su larga y erecta emoción. Va contra los muslos, va sobre su ardiente y abultado pecho, va con sus manos a las nalgas y va con mordidas profusas sobre su vientre.
Cada toque es una ardiente marca que desemboca en mares de densa lubricación. Cuanta humedad. Cuantas ganas de ser el puerto donde encalle su barco. Helena desea sentir el fuerte oleaje golpeando su tibia y dulce herida.
A mar adentro, Alejandro penetra su angustia. Les absorbe la sensación de plenitud por estar profundamente, uno tan adentro del otro. En suspiros intensos sus cuerpos se llenan de quejidos. Roce a roce, se desata el nudo tibio de su profusa calentura.
La suave densidad de los pliegues tiernos y ocultos de Helena quiebra el espíritu de ataque premeditado de solo entrar-salir, subir o bajar de Alejandro. Se exige dar un poco más. Sus caderas describen movimientos amplios, llenos de giros, ángulos agudos, ángulos rectos y ángulos de difícil determinación. Delirios. Besos mordidos. Besos ungidos de santa devoción. La entrega sublime se convierte en una ardiente emoción.
Corriente abajo se descontrolan las ansias. Poco a poco hallan un molde en sus cuerpos para esculpir todo lo sentido. Les quema el fulgor de esa estruendosa tormenta de emoción.
Se gimen. Se besan. Se muerden. Se agitan. Se estremecen.
Ella dilata. Él expande. Ella se entrega. Él le complace. Ella le empuja. Él encrudece su dureza y refriega su masculinidad con fuerza. Esta por ocurrir. La muerte les espera. Lo sentirán de nuevo. Los labios se suturan en un beso mordaz. Las pieles mojadas evitan las distancias. Un alarido relampagueante los ciega y con una mordida fatal sobre su cuello Helena sucumbe y Alejandro se estremece exprimiendo a más no poder todo su denso deseo. Un desvanecimiento eterno se apodera de sus sentidos. Quejumbrosos yacen sus cuerpos con sus intimidades temblorosas, acaloradas y exhaustas.
Les abraza, una cálida sensación de placer.
—Es una gran estupidez
—¿Qué?
—Que pienses eso de mí, No puedo entregarme así a ninguna otra mujer.
El pensamiento desabrido le oscurece la memoria. La flor amarga se desprende desde su mano pálida. Lagrimas se mezclan con la lluvia. Profusa y amarga.
Desde la distancia yace arrodillado. Su mano deshace la incertidumbre de un nombre. Helena. 1990-2011. Besa su foto. Cabizbajo deja las flores y se marcha.
Al fondo suena esta triste canción.