Lleno de temor y tristeza, hacia un mar de lágrimas salté, salté de un avión que ya no tenía combustible. Y el combustible que yo daba ya no era suficiente .

Miré al horizonte con la vista nublada, ya empezaba a llover en mis ojos. Tomé mis escritos, mi lapicero y libreta, mis canciones, mi guitarra, mi piano, mi corazón (porque ella lo desechó) y salté, con rumbo a un mar de lágrimas que creo que nunca encontraré la orilla y me quedaré navegando en este horrible mar mientras intento adivinar el porqué salté sin al menos dar el último adiós o el último abrazo, mientras intento adivinar el porqué ella se rindió e hizo que yo me rindiera y de forma indirecta la lastimara. 

No quería saltar, juro que creía aguantar un poco más mientras ella se animaba a dar combustible, creí que con lo que yo le brindaba era suficiente para que ella se animara. Sin embargo, me dí cuenta que no, que no importaba todo lo que yo hiciera, porque hice mil cosas, pero eso no era lo que ella quería, a decir verdad nunca supe qué quería. No importaba todo lo que yo hiciera, ella se dejó nublar por otros cielos y entonces, desechó el cielo que yo le brindaba. Era un cielo con sol pero también con lluvias y tormentas, pero siempre, aunque parezca increíble, siempre salía el arcoíris. 

Es muy fácil buscar otros cielos cuando el cielo en que estabas ya no había lo que querías, aunque hicieras promesas de que siempre permanecerías allí. 

No dije adiós, al momento en que iba a decirlo, ella se dió la vuelta y se fue, tal vez se fue a abrirme la puerta del avión. 

Levanté la mirada, aunque no veía nada, dije que la amaba, que me disculpara y salté, con temor, pero salté. 

Continuará...