Pasamos de crear historias fantásticas con fuertes hechos de cobijas, guerras entre monstruos de sombras, espantos que aparecen cuando enciendes la luz de la linterna y bombas letales rellenas de agua a una constante lucha de ego, poder y competencia entre nosotros. Nos obligan a dejar atrás, la inocencia que tanta autencidad nos dio de niños .
Éramos reales, genuinos y sin máscaras, hacer amigos era uno de nuestros grandes talentos, un fin de semana de juego con los amigos era suficiente motivo para sentirnos los chicos más afortunados del planeta y a medida que vamos creciendo, vamos dejando de creer en esa magia que viene implícita cuando nacemos.
Crecer es una vil trampa que nos llena de complejos, miedos y limitaciones. Y pensar que cuando éramos niños nuestro mayor anhelo era ser grandes.
Que equivocados estábamos.