Y tuvimos que cerrar las puertas y ventanas.
Volviéndonos prisioneros de una humanidad acabada.
Tras las rejas de una antipatía ilimitada.
Encontrándonos con ese interior que a ratos nos espanta.
Nos obligamos a soltar pensamientos.
Esos que en su momento evitábamos con encuentros.
Prófugos en la inconsciencia del desconcierto.
Y ahí es donde ubicamos el aliento.
Logramos hallarnos entre raíces.
Aquellas que no nos dejaban ver en los deslices.
Nuestra alma se llenó de matices.
Y por fin nos alejamos de ese hueco que hacía nuestros días grises.
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