Si las habitaciones hablaran, que no contarían. Son testigos inertes de todo cuanto allí ocurre.
Aquella noche el silencio apretaba el alma, esa oscura sensación tenía su génesis en las incomprensiones surgidas de lo que significa vivir en pareja .
En lo particular no me da la gana de hablarle, piensa el macho herido.
Tampoco le voy a dirigir la palabra no lo merece. Piensa ella retorciéndose al otro extremo de la cama.
Palabras malsonantes y duras recorren sus inquietudes y cada vez que las rememoran, les asalta la ira y las ganas de vengarse:
¡Vete a la mierda!
¡La madre que te pario!
¡Mas nos vale estar cada quien por su lado!
¡Bendito el día en que te conocí!
¡Me arrepiento de estar contigo!
¡Bueno para nada!
La pandemia mundial del coronavirus no solo está matando a miles de personas, el encierro voluntario para mantener el aislamiento social está separando a las parejas, a todos se nos están haciendo insoportable esa estadía de tantas horas junto a la persona que decimos, “amar”. ¿Por qué nos cuesta tanto? ¿De qué va todo esto? La dulce espera se hace eterna todos quieren que acabe la cuarentena y ese amor incomprendido.
El aire denso se cuela bajo las sabanas. Varios días de agotador maltrato, les ha hecho irse a la cama más temprano y para colmo de males se montaron en el tren hacia el mundo de Morfeo sin siquiera darse las buenas noches.
Un calor avasallador les roba tranquilidad. Ella reajusta sus posiciones de descanso, aunque no logra encontrar una, donde se sienta cómoda.
Él yace al otro extremo. Su bóxer gris deja notar cuan amplio es la proyección de su miembro viril en descanso.
La mirada de ella continúa explorando su vientre cubierto de una espesura de vellos que no dejan ver la buena definición de sus abdominales, esto le gusta y emociona. Le pasa por la cabeza, una idea tonta, un absurdo, ¿Por qué no dar una tregua y bajar la guardia?, total son pareja y la discusión no fue para tanto. Su íntima feminidad se llenaba de viscosidad tibia por todos sus pensamientos.
Decidida, en modo de cacería, se le aproxima, la idea fija de un encuentro, le quita el control. Da un certero ataque, se contorsiona para acurrucarse a su lado, sube la pierna hasta llegar a su pecho. El hilo diminuto de su ropa íntima le roza el clítoris y está inmerso en su trasero.
Esa acción intrépida lo despierta, más no le incomoda. Enseguida su entrepierna se nutre la parte delantera de su ajustado bóxer, se abulta ampliamente. Un palpito endurecido tensa aún más la delgada tela.
Ella hábilmente con su pierna, se deshace del bóxer, sus dedos lo terminan por quitan velozmente.
La mano le sustrae la poca ropa íntima, hace un poco de esfuerzo por lo profundamente incorporada que la tiene en su trasero redondo. Lo hace decididamente, pero no la cambia de postura. Sabe que los pliegues internos de su intimidad están ampliamente abiertos en espera de estímulos bien sean: de su boca, de una prestidigitación o de una profunda punción de su pene.
Él sigue abriendo con destreza las nalgas y su vagina, poco a poco desliza su masculinidad en la tibia abertura de sus piernas. La humedad del almíbar intimo hace que su pene cobre mayor densidad y calor. Sus manos siguen dirigiendo el compás, de la penetración y de la apertura de sus nalgas, la posee disfrutando de esa tibia suavidad.
Sin dejar de tocarla y bajo el mando de su pene, aprisiona la pierna interna de ella contra las suyas, pasa por debajo de su brazo la mano que tenía sin usar. Ahora con ambas manos se sujeta a sus nalgas, las aproxima hasta los labios vaginales y con sutileza amplia la zona intima mientras la penetra. Unas veces con suavidad otras tantas con intensidad.
Ella le quiere castigar por todo su dolor. Se deshace del nudo de piernas en las que estaba sumida. Logra posarse completamente sobre él. Quiere vengarse con fuerza. Una pierna la dobla sobre la cama y la otra la coloca en el piso. Sigue ampliamente abierta sobre él, quiere tener toda la amplitud del pene a su disposición, lo maneja a su antojo con sus caderas. Le aprieta con aires de venganza y de rabia. ¡Sufre! ¡Así es que te gusta! ¡Lo quieres meter aún más!
Un movimiento profundo hacia adelante, otro hacia un lado, y luego se descuelga un poco hacia atrás, se incorpora lentamente hasta donde siente que el glande del pene se le va a escapar, con agudeza y sin piedad, se lanza en caída libre para profundizar esa penetración. Aunque le duele la punción, está dispuesta a vengarse, en su mente se dice, tiene que sufrir. Va y viene. Se menea intensamente. En desespero agudo ella se quita la franela quiere que le muerda los pezones y al mismo tiempo sentir la envergadura ardiente de su pene donde la penetre sin piedad.
Una acuosa tibies recubre la vagina, el clítoris y el pene. La trinidad ardiente del placer. Al verse preso de esa vengativa emboscada decide ir a por ella, le sujeta la pierna puesta sobre el suelo, la sube hasta su pecho, ella está hecha un mar de deseo y lujuria. Además de tenerla abierta en su máxima amplitud, coloca una de sus manos abriendo un poco más su hendidura tibia, cada milímetro de exposición, le excita, con la otra mano le anuda el cuello para comprimirla contra sus labios, la besa profundamente, le golpea el vientre, la boca y la sigue penetrando con perversidad también quiere venganza. La azota desde diversos ángulos, ha decidido terminar aquella sentencia de rabia con toda su humanidad puesta en un blanco fijo, hacerla alcanzar un orgasmo infinito. Un acto de venganza que no tardó en llegar, la mordida en sus labios junto con un estremecimiento lleno de un profundo suspiro le hizo saber que su venganza estaba materializada.
Sin esperar a que volviera en sí, la postro en la cama en una posición de cuatro puntos, le lamio desde atrás, la amplitud de su vagina húmeda y el ano, ensayó una penetración intensa, la piel blanca aún se estremecía por el orgasmo que había alcanzado hace apenas unos segundos atrás y se prologaba con cada punzada intensa que él le propinaba desde atrás. Una mano le sujetaba las caderas, la otra le tocaba las tetas. Movimientos envolventes de sus caderas que subía, bajaba, se ladeaba y penetraba, le seguía castigando a ese ritmo de verdugo inmisericorde, consiguió desanudar todo ese silencio, pudo transmitir en sus movimientos todas esas palabras que se quedó sin decir y aquella rabia reprimida producto de sus tonterías, esto le hizo llenar de su amor intenso cada pliegue interno de su lubricada feminidad.
El silencio volvió a reinar en la habitación, sigue siendo testigo fiel de esos incomodos silencios o de esa ausencia de palabras que surge después de sucumbir ante los actos de venganza de amor que lleva a los amantes a terminar en un mar de deseo y pasión.
Un tímido beso les acurrucó, y en su sueño agradecen estar aun en cuarentena porque podrán seguir vengándose.