LA PANTERA
1 Abr, 2020
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Golpeo mis manos contra el teclado del ordenador recién estrenado, miro a mi perro descansar sobre la alfombra y mil cuestiones rondan en mi mente. ¿Por qué ya no puedo escribir? ¿Quizás algo se ha roto en mi cabeza? Esa cabeza que yo creí que era tan especial .

¿Es la adolescencia la culpable? Como ya tengo veinte años y según algunos autores ya se me ha pasado esa edad repleta de dramas y tormentos. ¿O es la jodida pastilla del médico?
Miro a mi alrededor y en su atmósfera hay algo, una especie de aura, se me para la respiración, cierro los ojos y viajo, lejos o cerca, ya no lo sé. De repente me encuentro ante una chica de unos catorce años que llora, aunque es capaz de alzar su mirada y contemplarme atentamente, esperando mi reacción de adulta. Caigo en la cuenta que no estoy por encima de ella por el hecho de tener unos días más en este mundo y recuerdo cuantas veces me tiraron por tierra una idea, un proyecto, una creencia por tener un rostro dulce con hoyuelos y unos ojos que no estaban adornados por líneas de expresión.
–¡Cariño! ¿Qué le has hecho al ordenador?– me dice Eric, mirando alucinado el objeto tirado al suelo con algunas teclas salidas de sitio.
–¡No puedo escribir! Ni me hables, ¿Me has oído? ¡Estoy muy cabreada!– le digo gritando con todas mis fuerzas, me gusta ponerlo a prueba, saber hasta que punto está dispuesto a aguantarme.
–¿Te has vuelto loca? ¿Te has tomado la pastilla? Voy a llamar al Dr. Miralles.
–¿Qué vas a llamar a quién? ¡Tú no vas a llamar a nadie! Quiero estar sola, no te quiero cerca de mí, yo no quería esto, vivir en este piso de mierda, encerrada como si estuviera en un maldito zoológico. ¿Acaso crees que soy una pantera a la que vas a poder tener toda la vida encerrada?– le digo en un tono de voz más elevado de lo normal, sinceramente no me he tomado la pastilla, esa cosa pequeña no me deja pensar con claridad y necesito escribir. Las letras siempre me han acompañado, nuestra relación se empezó a tambalear cuando el maldito doctor decidió que estaba loca y para lidiar con mi locura tiene a mis instintos dormidos.
– Olivia, lo hemos hablado muchas veces y siempre te digo lo mismo; no me voy a ir a ningún lado y mucho menos a dejarte libre, porque no puedes estar sola, ¿Cuánto tiempo me he ido dos horas? Y mira como estás, desquiciada, rompiendo cosas y volviéndome loco porque seguro que no te has tomado la maldita pastilla.– me dice Eric con el rostro tensado y sus labios me provocan formando una línea recta.
Me apetece pelear, pero también quiero besarlo, aunque pensándolo mejor lo que quiero es escribir, mi mente va rápido y me quedo callada para saber que voy a hacer, mi cuerpo está confundido como la chica de catorce años. ¿Qué voy a hacer?
Cojo el ordenador y lo estampo contra la ventana, pequeños cristalecitos me golpean la cara, los brazos y el torso. Llevo una camisa a rayas larga que termina por encima de mis rodillas. Soy atractiva, no deja de mirarme las piernas y ahora con toda la sangre decorando mi cuerpo debo de estar preciosa, apetecible y absolutamente deseable.
Eric permanece callado, impactado por lo que acabo de hacer, me deshago de la camisa y quedo desnuda, no siento ningún pudor.
–¿Qué haces, Olivia?– me dice tartamudeando por la imagen que está viendo, tengo cristalecitos clavados en mis brazos pero no siento dolor.
–No te quiero Eric, libera a la pantera, te lo suplico, por favor.– le digo con lágrimas en mis mejillas, instantes después me desmayo y caigo contra el sofá que está al lado de la ventana.


Tris Jones

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