Ana esta sentada en la incomoda banqueta del bar, con la sensación de tiempo perdido. Noche tras noche la misma estampa, la misma música; por lo menos hoy la gente es diferente.. .
A su espalda alguien se acerca y con una sólida voz llama a la camarera pidiéndole un coñac en copa; un “Cardenal Mendoza”. La camarera se acerca a la barra, mecánicamente elige una copa, coloca un posabasos y lo sirve.
- ¿Con hielo? Pregunta ella con voz anodina.
-¡No! Responde el hombre con energía.
Ana se sorprende, por descubrir a alguien que sabe paladear, que valora los vapores mágicos que el licor desprende. Ella cierra los ojos e imagina la cara pero se resiste pero gira la cabeza. Encuentra a un hombre atractivo pero nada convencional, con más aspecto de pedir un combinado o algo muy moderno. En los oídos de Ana como un eco resuenan las palabras “Cadenal Mendoza”. Un escalofrío recorre su espalda despacito, parándose en todas las vértebras como un metro en cada estación. Parece ser un hombre con carisma. Ana le mira en el momento que él acerca la copa a los labios. Observa como cierra los ojos, como se mueve la nuez en su garganta.
Ana desea besarle. Llenarse la boca con la mezcla de sabores de coñac y de hombre. Se conforma con quitarle la copa de las manos, levantarla para para buscar la huella y calcar sus labios sobre el mismo borde.
Ana coge su bolso, llama a un taxi y regresa a casa sola.