El problema de terminar una relación es que no quieres ser la mala persona. Intentas enmendar los errores y hacer que el daño sea siempre menor .
Asumir la responsabilidad nunca será fácil, menos cuando se trata de algo de lo que ni siquiera tú serías capaz de hacer, pero si tienes ciertas actitudes y te das cuenta, aún estás a tiempo de transformar tu manera de ser y actuar. No sigas una senda de la que no hay regreso. Las personas tóxicas alejan a sus parejas, después a sus amigos e incluso a familiares; quedando solos en una mezcla de ira y depresión por su incapacidad de perdonar y más importante, perdonarse.
Siempre que hay una discusión es natural buscar ganarla, lo cual lleva a culpar a la pareja por sus faltas, pero si nunca aceptas haber cometido un error, es una alerta roja. Nadie es perfecto, por lo que suponer que nunca has hecho algo malo es una de las formas más sencillas de menospreciar las acciones de la persona que dices amar y comenzar a deteriorar la relación.
Si los problemas son tantos que no sabes cómo empezar a lidiar con ellos, lo peor que puedes hacer es esconderlos bajo la alfombra. Hablar nunca será fácil si las cosas son delicadas, pero es mejor la prueba y el error en esas conversaciones, siempre de manera honesta, que buscar la forma de hacer que los problemas queden en el pasado sin siquiera intentar resolverlos.
Éste es uno de los peores momentos, cuando dices algo tan grave que en cuanto terminas de decir la última palabra, te das cuenta que nada volverá a ser igual. Como si tu vida acabara, en un segundo rememoras todas las veces que tú fuiste la causa de su dolor y descubres que la persona tóxica en verdad existe y eres tú.
Siempre buscamos estar con alguien que nos acepte como somos y que no busque cambiar nuestra esencia. Luchamos por mantenernos fieles a lo que somos, incluso hay peleas por eso, pero también cabe la posibilidad de que tú seas quien cambió a la otra persona. Tal vez te preguntas por qué ya no sonríe, ya no sale con sus amigos y ya no disfruta el tiempo contigo; puedes estar seguro de que nunca le pediste que lo hiciera, pero tu forma de ser fue la que terminó por hacerlo.
Si llegó tarde, culpas su impuntualidad; si no recordó un aniversario, culpas a su memoria; si te hizo enojar, culpas su forma de ser; pero nunca te preocupar por tus errores. Si a ti te reclaman algo, tienes lista la defensa y el contraataque para demostrar que eres siempre quien hace todo bien.
Si las cartas están en tu contra, encuentras la forma de hacer que la otra persona tenga la culpa. No soportas la idea de ser tú quien hizo las cosas mal y juzgas a los otros por tus errores. Peor aún, si haces algo mal distorsionas la verdad para que tus fallas y errores no salgan al descubierto.
Lo bueno siempre debe pesar más que lo malo. Enfocarse en lo malo de una relación hace que poco a poco olvides la verdadera razón por la que estás con alguien. Cuando terminan y estás en una depresión profunda recuerdas los buenos momentos, pero ya no son agridulces, solamente producen más dolor por saberse imposibles de recuperar.
Hay ocasiones que sí llegas a aceptar la culpa, pero en lugar de enfrentar las consecuencias buscas que los demás se compadezcan de ti. Ser la víctima es algo que muchas veces hacemos de manera inconsciente, pero en cuanto notes eso, debes cambiar tu actitud, pues ese papel es el menos adecuado para ti en ese momento.
Preguntar todo el tiempo si te aman, cuestionar cada pequeño detalle y vivir a expensas de la otra persona también es una conducta tóxica. Está bien que desees crear un vínculo profundo, pero convertirte en la otra persona y vivir bajo su sombra es una de las peores cosas que se pueden hacer en una relación.
No significa que seas una mala persona. Algunas veces la relación es el único sitio en el que tu persona se transforma y ni siquiera tú sabes qué pasa contigo. La relación puede estar condenada al fracaso, pero si ya no funciona te darás cuenta muy pronto que dejarse fue lo mejor que les pudo haber pasado y tal vez así puedas encontrar la paz que creías perdida.