Él.
Él es algo que no puedo descifrar, un jeroglífico del Egipto Antiguo que está enfrente de mis narices y no sé qué me quiere decir.
Es atrayente como un imán y siento que es carga positiva y yo negativa, algo fatal.
Me da mareos con vueltas de 360° y me estabiliza como la burbuja de la regla que tienes en tu garaje.
Él es algo que me derrite como la mantequilla en un mes de agosto y que me entumece como el golpe que te has dado en el codo, ese punto perfecto que te deja sin aliento por segundos.
No voy a decir que es brujo porque no creo en esas mierdas.
Pero ¡Por favor! Sus ojos chocolate están en mis sueños y su sonrisa en mi lista de "cosas que quiero tener".
¡Que indignada estoy! Sus manos y su caminar es un espectáculo digno de observar.
Su naturalidad ¡Que pecado! Y mira que a Dios hace tiempo que lo he dejado de lado.
Él es algo demasiado como para decir que viene de mis sueños, de mis fantasías. Y eso es lo que más duele, porque es real y sé que no entro ni en un segundo de su existencia.