Me sorprendo a menudo mirando dentro de mí mismo, disociada mi primigenia unidad en dos partes separadas, las que conforman observador y observado, como un espectador que en el interior de un museo contemplase una obra concreta, una obra que también soy yo, pero que al propio tiempo es algo distinto, algo en cuya trama no termino de penetrar, que por momentos se me antoja ajena, incluso a veces inabarcable. Supongo que, aun con sus específicos matices, es esta una experiencia que comparten también otras personas, no me siento en ese sentido nadie especial, si bien yo sólo puedo hablar de lo que a mí me sucede, de mis específicas percepciones, no de lo que perciban o dejen de percibir los demás en circunstancias similares .
Yo particularmente no sé bien qué es lo que busco cuando me sumerjo en estas expediciones internas, no busco desde luego respuestas, ya que no me hago preguntas, sólo sé que me miro y no siempre me reconozco, lo que me lleva a sentirme un extraño, alguien que desconoce quién es en realidad y que, precisamente por ese desconocimiento, no sabe cómo actuar dentro de un entorno que con frecuencia se torna opresivo. Plasmo entonces este aturdimiento a través de la escritura, tal y como ahora lo estoy haciendo, y con las palabras persigo un poco de orden, cierta perspectiva que me permita enfocar la realidad con algo más de coherencia, pero las frases salen inconexas y embarulladas, acordes con el propio pensamiento, incapaces de explicar el sentimiento anómalo que me embarga, sin poder en definitiva con su limitado alcance rellenar esos huecos que con el paso de los años se han ido formando en mi interior.
Sé, porque los he visto, que en tales oquedades se esconden fantasmas, sombras cuya naturaleza me resulta de lo más perturbadora, entes que me aterran y a los que trato de esquivar; pero no siempre es posible la huida, también ellos me ven, detectan mi presencia y me asustan con unos alaridos que no sé si encierran burla o pura crueldad, agudos gritos que me enloquecen, que me llenan de pavor y desconcierto, siendo entonces que, desorientado, me escabullo a través de intersticios cuyo destino final ciertamente ignoro. A veces, sin embargo, no logro escapar de ellos, me acorralan, me dan caza como a una alimaña y, entre risas estentóreas, me imponen órdenes, obligaciones que he de cumplir so pena de padecer su sevicia, y yo entonces ejecuto sus designios sin importar los daños colaterales que ello implique, pues es algo que, mal que me pese, no puedo evitar, del mismo modo que el Sol no puede dejar de salir por más que sus rayos puedan en ocasiones provocar pavorosos incendios.
Sueño que sueño e imagino que imagino cosas, o tal vez no lo sueñe ni lo imagine, quién sabe, porque todo ello se evade de repente en medio de una nada impenetrable, como esas estampas oníricas que al instante mismo de despertar se perfilan nítidas dentro de la mente, pero que un segundo después ya no somos capaces de volver a reproducir; así le sucede a mis sueños encriptados y a mis superpuestas imágenes, que desaparecen una tras otra sin que quede vestigio alguno de su presencia. Confieso que no me importaría vivir para siempre sumergido en ese universo versátil donde la fantasía despliega sus alas y compone escenas delirantes, tornadizas como el rostro de la luna, algo me dice que allí se encuentra el verdadero hogar para mi alma… No es posible sin embargo, ya que, más allá de los sueños y de la imaginación, más allá de tan fantástico universo, está eso que llaman realidad, asimismo incongruente, pero al propio tiempo sañuda, enemiga natural de la imaginación, que irrumpe a menudo por sorpresa, como un elefante en una cacharrería, y arrampla con todo, sin siquiera preguntar, alocada y feroz. Esta maldita realidad tiende a joderlo todo.
A veces quisiera gritarle al mundo que ya no puedo más, que me dejen en paz, que quiero estar solo, sin interactuar con nadie, perdido en mi propio orbe de soledad y delirio, acotado espacio donde al menos sólo me acechan y desgarran mis propios fantasmas, no los monstruos de la realidad. Otras veces, en cambio, me sucede todo lo contrario, que tengo ganas de salir de mi encierro y buscar fuera…, ¿buscar qué?, no lo sé, de verdad que no lo sé…, aunque, bien mirado, quizá tampoco importe, tal vez lo que importe sea tan solo la búsqueda en sí misma.
Sea como sea, no encuentro casi nunca nada a lo que aferrarme, con lo que me desespero y grito, huyo, caigo, me lastimo, sufro, inmerso en un caos donde reina la inestabilidad más absoluta y demoledora. Ojalá pudiera vivir en un formicario donde cada acción, cada movimiento estuviesen siempre previstos de antemano, una hormiga más dentro de un ordenado micro cosmos en el que todo tuviera un palmario sentido racional. Sí, eso estaría bien, ser desde ahora y para siempre una simple y disciplinada hormiga, nada más que eso, una hormiga; pero por desgracia en mi caso no es así, en mi universo todo gira y da vueltas, se descompone y vuelve a componerse de una forma tan distinta a la anterior que no parece lo mismo de antes. ¡Es tan desesperante!
Mis heridas sangran y yo me apago con el fluir de esa sangre que mana convulsa. Preciso de vendas hemostáticas que frenen la hemorragia, así como de una luz que vuelva a iluminar mi aura. ¡Una luz! Algunas veces creo hallarla, río entonces y me siento feliz, confiado en ese resplandor que marca promisorios rumbos, pero rápidamente me embargan dudas, titubeos que llevan a cuestionarme si no se tratará en realidad de un espejismo, bastando la mera pregunta para apagar la luz, con lo que otra vez me encuentro sumergido en la penumbra de un nuevo ocaso. Soy en ese sentido como el día, imbuido de amaneceres y crepúsculos, de cielos azules y otros plomizos, de noches cerradas y lunas trémulas. ¡Ay, si tuviese más decisión, menos miedos!
Pese a que ya hace tiempo que aprendí a aceptar mis desvaríos, no dejo de buscar motivos que me justifiquen, que le den un sentido a mis actos, cualquiera que sea su alcance. Aunque tal vez lo que realmente busque sean meras razones para seguir viviendo, y no porque le tenga un especial aprecio a la vida, sino más bien porque pienso que mi destino en ella aún no ha sido cumplido; en el fondo creo que me asusta la idea de abandonar este mundo sin haber dejado en él una huella más honda que la de un insecto. Y mientras hallo tales motivos y tales razones, aquí sigo, indeciso, confuso, voluble, loco, a veces escondiéndome, otras exponiéndome tal vez más de la cuenta, sin estar seguro de lo que hago ni de lo que dejo de hacer, marioneta movida por cuerdas invisibles que no sé quién diablos maneja, ¿yo?, ¿otro yo?, ¿algún demonio burlón?, procurando bosquejar un futuro con retazos de un presente que me envuelve como lúgubre calígine.