No, no abro este tema para hablar del oficio más viejo del mundo.
Es tan solo que me resulta cuando menos curioso observar cómo las parejas tienen hoy en día tan escaso aguante y cómo a las primeras de cambio, a veces por verdaderas naderías, se rompen y se va al carajo todo el sentimiento que medió entre sus miembros. Antes no pasaba tanto eso, o al menos no pasaba tanto como sucede ahora .
La cuestión es que cada vez se dan menos casos de esos. ¿Y por qué? Son numerosas las razones que se podrían argüir. Quizá la que más salte a la vista sería la que combina el menor aguante y la mayor libertad de elección que existe hoy en día, combinación que hace en cierto modo fácil que se quiebre una relación que no esté demasiado bien apuntalada. Pero esa sería en todo caso la causa inmediata. Sin embargo, ¿por qué sucede en realidad eso? A mi juicio, luego de rascar un poco bajo la superficie, la respuesta a la que llego es que la culpa la tiene en gran medida el actual modelo económico-social, un modelo en el que todo tiende a mercantilizarse, incluido también el amor. Así, a medida que la gente dispone de un mayor nivel de renta y tiempo de ocio, entran en crisis muchos de los valores tradicionales, acaece una mayor libertad sexual y el individuo se entrona sobre el colectivo, se produce también un inevitable trastoque del concepto de amor, toda vez que para que este pueda ser objetivado y, como tal, adquiera patente de valor en un sistema materialista como el nuestro, requiere ser asimismo convertido en mercancía cuantificable. ¿Y cuál es el único modo de que las mercancías no duerman el sueño de los justos en los almacenes? Muy sencillo: excitar el deseo en la población para su consumo compulsivo bajo la forma de una promesa jamás cumplida: la de la felicidad eterna, que se hallaría en la adquisición del nuevo coche marca tal, el nuevo televisor de tantas pulgadas, el último móvil del mercado... o, en este caso, en una nueva pareja, un nuevo amor que reemplace al gastado.
Esto explica, entre otras cosas, el por qué la industria de la seducción ha adquirido el tamaño colosal que tiene hoy en día: proliferación de gimnasios en los que modelar el cuerpo hasta alcanzar la perfección soñada, clínicas orientadas a corregir las deficiencias estéticas, prendas que pasan de moda en una sola temporada, locales nocturnos en los que exhibir los encantos sexuales a modo de reclamo...
Naturalmente, esta mercantilización del amor no puede sino llevar a encadenar fracasos sentimentales uno tras otro, fracasos que hacen que el individuo pierda a la postre toda fe en el "amor" y termine convirtiéndose en una especie de isla, con lo que deja de estar dispuesto a esforzarse para descubrir al ser humano que existe en el de al lado y sólo se mire ya el propio ombligo, buscando únicamente la exclusiva satisfacción inmediata, sin aguantar ningún tipo de revés o contratiempo.
Si se me permite el símil (y con las evidentes salvedades), yo lo compararía con lo que sucede con esos obsoletos automóviles que circulan en Cuba: allí, como no hay apenas repuesto posible, los cuidan y miman hasta lo indecible, mientras que aquí los abandonamos sin más en un desguace en cuanto nos podemos permitir cambiarlo por uno más nuevo y flamante, por más que en el fondo sean en ambos casos lo mismo: un vehículo de cuatro ruedas.