Estaba sentada en el suelo como solía hacer todos los días; estirando ambos brazos al frente y con mis manos en posición de cuna para que nada de lo que fueran a darme cayera al piso.
La gente me aventaba monedas, rara vez billetes de baja denominación, algunas veces me daban comida y otras se limitaban a ignorar mi presencia.
Una tarde pasó algo que jamás olvidaré. Eran casi las seis según el reloj de la plaza; yo estaba recargada en la pared con la mirada puesta en los pies de los transeúntes, de pronto, vi un par de muletas acercándose .Me limité a observar todo su recorrido hasta mi lugar. Cuando estuvieron frente a mí, reaccioné bruscamente y levanté la cabeza, entonces la vi.
Su mirada tenía algo. Algo muy extraño. Yo estaba acostumbrada a todo tipo de miradas: lástima, repudio, indiferencia, asco, incluso odio... Pero ésta era diferente. Aquél día no supe describirla, pero me estremeció de los pies a la cabeza.
La mujer, joven y bella, me sonrió cálidamente, enseguida sacó algo de una bolsa que le colgaba del cuello, estiró su brazo hacia mí y me pidió una mano; la tomó y colocó en ella algunos billetes mientras decía:
"Esto, para que comas hoy".
Luego, sin soltar mi mano, sacó un libro pequeño que también puso sobre mi mano y dijo:
"Y esto para que comas toda la vida".
Yo no entendí nada, me limité a medio sonreír, no pude decir una palabra, no supe ni qué.
Ella bajó mi mano lentamente, tomó sus muletas y se marchó despacio.
Con el dinero compré una hamburguesa y un café, tenía mucha hambre.
El libro esa noche lo cubrí con periódicos y lo utilicé como almohada.
Poco sabía leer, aprendí bien, pero había dejado la escuela hacía tantos años que me costaba recordar. Pasaron algunos días antes de animarme a abrir el libro. Caldo de pollo para el alma, lo hojeé rápido y regresé al índice, ningún capítulo llamaba especialmente mi atención, hasta que leí: "La indigente", me dije: a ver. Busqué la página y comencé a leer.
El libro estaba lleno de historias de motivación, perseverancia, valentía, admiración y fe. No pude parar de leer hasta terminarlo.
Cuando no hubo más lectura, yo ya había llorado y reflexionado demasiado. La joven mujer, me dio, además de dinero y un libro, la lección más grande de mi vida: ella no tenía una pierna y estaba en pie, yo con mis dos piernas estaba tirada en el suelo pidiendo limosna.
Muchos años atrás, cuando me corrieron de mi trabajo, me desalojaron y mi abuela (mi única familia en el mundo) murió, ¿qué hice? ¡Absolutamente nada! Me sumí en la depresión y me perdí a mí misma.
¿A qué hora terminé pidiendo dinero en las calles y buscando comida en la basura?
Después de la última página me levanté; quería cambiar mi vida aunque no hallaba qué hacer. Lo primero que se me ocurrió fue recoger latas para venderlas y juntar dinero. En cuanto pude las cambié por dulces y periódicos.
En pocos meses tuve dinero suficiente para pagar un pequeño cuarto, comprar comida enlatada y ropa de segunda en el mercado.
Me sentía feliz, poderosa, invencible, fuerte y capaz. Yo sola me había hundido pero también sola había salido de ese hoyo. Quería que todas las personas del mundo sintieran esa vitalidad y energía que llenaban mi alma.
El libro que me regalaron hizo por mí mucho más que si me hubieran dado todo el dinero del mundo. La chica tenía razón; la esencia y las enseñanzas que habían en él me han dado de comer desde entonces.
Pensé que podía hacer lo mismo por otros y decidí escribir mi historia porque me di cuenta que los límites me los puse yo y yo misma los rompí.
Hoy voy a presentar mi libro por primera vez, estoy muy nerviosa, pero ahora soy más valiente. Llegó la hora...
—Buenas tardes, estoy aquí para hablarles de mi obra: La que un día fue indigente. Es un libro dedicado a una hermosa mujer a la que por desgracia no conocí, ¿por qué a ella? Les contaré... Una tarde pasó algo que jamás olvidaré, eran casi las seis [...] levanté la cabeza y entonces la vi, su mirada tenía algo, algo muy extraño, ese día no supe qué era pero hoy ya lo sé: era bondad...