El estruendo de los cañones hace palpitar los oídos, cada impacto de sus enormes bolas de acero hace volar la madera en cientos de astillas. En algunos lugares el fuego cobraba vida, la tripulación, desquiciada por tal ataque desde las sombra, giraron sus designios a la merced del implacable mar .
Mi psiquiatra me aconseja hacer dibujos más amenos, pero no puedo evitar mi excitación hacia el fuego.