El ser humano tiene infinidad de virtudes. Somos parte de una esencia con una complejidad caótica y fascinante .
Es indiscutible saber que uno de los instintos más comunes en la humanidad es preservar la vida. Y a pesar que es una naturaleza que está arraigada a cada uno de nosotros, también es inevitable ver que la misma persona que alguna vez disfrutó de un abrazo o sonrió para una fotografía, ha tenido deseos incontrolables de quitarse la vida o quizás… ya lo haya conseguido.
Te has preguntado, ¿Cuántos lo estarán pensando en este momento? Quizás la persona que saludas todas las mañanas, el docente que te brinda conocimiento, el conductor del autobús que te lleva al lugar de trabajo, o quizás tú que estás leyendo estas letras has pensado o has intentado en dar fin a tu existencia.
Querer dar una respuesta al por qué el suicidio está tan presente en el comportamiento de la humanidad tiene diversidad de conclusiones. De hecho, te mentiría por completo si te dijera que nunca lo he pensado o intentado, porque me es imposible negar que en algún momento de mi vida mi alma cargó con un dolor, un desconsuelo, un vacío abismal tan lamentable como una vejez sumergida en soledad y un pasado sin memoria. Y fue ese ayer con sabor a muerte, quién me susurró al oído la idea de escribir estas letras y es aquí donde le doy toda la razón al querido escritor Antonin Artaud cuando dijo: “No hay nadie que haya jamás escrito, pintado, esculpido, construido, inventado, a no ser para salir de su infierno”.
Y tal vez te preguntes, cómo logré salir de ese infierno y convertirlo en pasado. Bueno, la verdad es que no ha sido nada sencillo. Tuve que aceptar que necesitaba ayuda, porque a pesar que es cierto que gran parte del trabajo depende de mí, entendí que no podía hacerlo sola y con el apoyo de profesionales comprendí la importancia de ser escuchada, de conocerme a mí misma. Y sobre todo entendí que así como soy capaz de lastimarme, de asfixiar mis días con pensamientos sombríos que me destrozan por dentro, también soy capaz de rescatarme, de amarme y empezar de nuevo.
Porque entiendo que no importa cómo me sienta, o de qué manera decida llevar mi historia, la vida en este plano de la existencia, lo quiera o no, es tan fugaz como la primera brisa de la mañana que te acaricia por un instante, como la ola espumosa que se enreda en tus pies y te recuerda que por alguna razón sigues aquí.
En fin, vivimos por un instante, un instante donde reímos y nos lamentamos. Porque de eso se trata, de cagarnos de risa comprendiendo que las lágrimas también hacen parte de la vida; de pasar innumerables horas con esos amigos que se ríen de nuestras tonterías y te regalan un abrazo cuando más lo necesitas; de dolerse por un viejo amor y quizás con el tiempo volver a enamorarse; de llorar, llorar cuantas veces sea necesario y decir “te amo” sin temor; de agradecer por esa diminuta o enorme familia porque ellos también tienen su tiempo limitado; de acariciar y jugar con esa mascota que tanto nos ama sin importar que ensuciemos nuestra ropa; de sonreírle a un desconocido porque quizás no sepamos hace cuánto alguien lo habrá mirado con amabilidad; de abrir nuestros brazos, alzar nuestro rostro, desnudar nuestros pies y sentir como cada gota de lluvia cae sobre nuestro cuerpo, y sobre todo de mirarnos al espejo y sonreír como nunca porque seguro podemos convertirnos en una persona por la cual vale la pena derretirse. Así que mi consejo es, aférrate con todas tus fuerzas a aquello que te hace diferente, valora y ama tu identidad porque es un regalo para ti y sólo para ti; vive, viaja, ama con locura, quémate las papilas gustativas con alguna bebida caliente pero exquisita, sé asquerosamente apasionado; créeme, puedes ser más valiente de lo que crees, y si aún no logro persuadirte, ¿Por qué buscar la muerte si de todas maneras tendrás que irte?