—Un tequila más. —pidió el desdichado hombre. 

Va por su quinta ronda .

Sus manos tambalearon un poco al llevar el acerbo líquido a sus labios. Está delante de sus ojos. No lo podía creer. Tantos años desperdiciados por aquella vil mujer. Se irguió vacilante del taburete, no podía seguir observando aquello. Tenía que encontrar la puerta que lo llevará fuera de aquel sórdido lugar. Su vista se había vuelto borrosa a causa del alcohol. No halló la puerta de salida, solo percibía cabezas interés. Indagó por el lugar. Pero lo único que recibió fueron ojos inmobles. Mientras más habitaba en aquel lugar su cólera iba tomando forma. Su desdicha se transformó en un furor atroz, tomo grandes bocanadas de aire frío y se encaminó a la mesa de su mujer.
La tomó con ímpetu por el cuello. La pavura le recorrió rauda desde la yema de los dedos hasta su corazón inquieto al reconocer aquello. Su esposa estaba fría como el agua de un valle y blanca como la nieve fresca.
—Está muerta— dijo una voz. —la asesinaste hace dos horas.
Desde las sombras se irguieron siluetas blancas. Las miradas ahora estaban fijas en él. Su pavura se transformó en un horror atroz. Lo que antes eran hombres sin vida ahora eran bestias hambrientas.