Mi nombre es... Bueno no creo que importe más mi nombre que la historia que voy a contar .Nunca creí en cuentos de hadas, magia o milagros. Me parecían cosas típicas de una película, aunque —debo confesar—, me emocionaba mucho cuando algo inesperado daba un giro a la historia y todo se volvía en un final feliz. No niego que, incluso, derramé lágrimas un par de veces, pero bah... Ficción era ficción y aunque me alegraba que todos vivieran felices para siempre, tenía una cosa bien clara: eso no pasaba en la vida real.
Mi vida era como una broma cruel del destino: todo siempre me salía mal y todos siempre me trataban mal. Las cosas que empezaba jamás llegaban a concretarse.
Una noche mientras cambiaba los canales de la TV buscando algo para pasar el rato, lo vi, él era africano. No recuerdo de qué país, pero jamás olvidaré las palabras que salieron de su boca.
Después de escucharlo ya no busqué nada para ver, abrí mi laptop y googleé su nombre. Era un reconocido joven atleta nacionalizado francés. Un hombre en quien nadie creyó, en el que nadie vio potencial y al que nadie dio la oportunidad.
Su historia me hizo viajar ocho años al pasado, cuando intenté poner una academia de danza pero no obtuve los recursos necesarios, porque nadie en mi familia creyó en mí para prestarme dinero, porque al banco le importó una mierda que fuera el sueño de mi vida y porque a mi pareja le parecía que tenía que dedicarme a hacer algo valioso y no perder mi tiempo con tonterías de bailecitos ridículos.
¿Qué más podía hacer si nadie confiaba en mí? ¿Debía ir en su contra y echármelos de enemigos? ¿Para después escucharlos decir: "Te lo dije"? No gracias. La verdad preferí ser "realista" y olvidarme de esa loca idea de tener mi propio estudio, porque ni siquiera tenía idea de administración, contabilidad, reclutamiento y todo lo que una debe saber cuando decide poner su "negocito". Mejor ni pensarlo.
Bailar estaba bien como un hobby para pasar el rato. A solas, por supuesto, y después de hacer las cosas que de verdad importaban o al menos eso siempre decía mi padre.
Si no era importante para los que me querían, ¿por qué tenía que ser importante para mí? Decían que lo hacían por mi bien, porque no querían verme fracasar cuando mi sueño no se cumpliera. ¿Para qué pasar por la etapa de decepción cuando podía ahorrármela?
Entonces dije: "Ok, tienen razón". Así que sepulté mi sueño en el fondo de mi alma y busqué un trabajo seguro para que todos ellos fueran felices por verme tomar una decisión razonable.
Entiendo ahora por qué me amargué la vida. Yo creía que todo conspiraba en mi contra. Hice lo que los demás me dijeron. Sin embargo, mi pareja me dejó y mi familia se alejó. Yo hice lo que me pidieron, ¡por Dios lo hice! ¿Y qué gané? Terminar sola, amargada y sin ilusiones.
Ese joven, el nacionalizado francés no escuchó a sus detractores. No escuchó a sus amigos y familiares negativos que por su "bien" lo hacían. No escuchó a nadie más que a su corazón.
Vaya lección que me vino a dar esa noche cualquiera. Y así como una rara conspiración, en unas pocas horas, una tras otra fueron apareciendo esas historias de éxito que parecen como sacadas de Disney; donde al final, todos terminan felices para siempre.
Ellos eran reales, estaban ahí. Siguen ahí para el que decide buscarlos, para el que un día se cansa y dice: "¡No más! Basta de esta vida de mierda, quiero mi propio final feliz". Y así como me ocurrió cuando me enamoré por primera vez, sentí un cosquilleo en el estómago con cada logro que no era mío, ni de ningún amigo o familiar, pero se sentía tan íntimo que podía saborear el éxito de esas personas. Se sentía tan genial que terminaba llorando de felicidad, porque si existe ese tipo de llanto y porque sí puedes alegrarte por los logros ajenos.
Así con toda esa vitalidad recién inyectada en mi ser, me levanté la mañana siguiente: me puse muy guapa y salí a conquistar el mundo.
Fui a ese mismo maldito banco y pedí un préstamo porque iba sí o sí a poner mi academia de danza.
Me lo negaron, de nuevo. Sí, ¿y qué? Esta negativa no me iba a detener. No esta vez.