Querido escritor:

Comprendo que a veces dudes de tu llamado, es que nadie lo sabe hasta que... lo sabe.

Pero ¿cómo saberlo? ¿Cómo estar seguro?

Te contaré una historia:

Había una ciudad blanca, vacía y llana .

No se sabía si era verdad, pero para no errar era mejor no probar.

Una mañana, blanca como de costumbre, un individuo apareció, venía de un lejano lugar, se detuvo en la ciudad y se limitó a observar. Un sentimiento lo inundó. «Vaya —pensó— qué desperdicio, aquí hace falta un poco de vicio».

Trazó una línea y no paró. Pronto la ciudad blanca se convirtió en un mundo de letras. No recuerdo su nombre la verdad. ¿Homero? ¿Heródoto? ¿O la dulce Enheduanna? Qué tristeza no recordar y no saber a quién venerar.

Trazó el mundo, pero no como lo conocían los vivos hasta entonces, sino como lo percibía dentro de su cabeza.

Las palabras brotaban y seducían con su posar a todo aquél que se dignaba a mirar. Muy pronto capturó la atención de las ciudades cercanas. La gente iba, en su mayoría a observar, pero unos cuantos, motivados por una fuerza superior, se pusieron a imitar. Imitaban la acción mas no la genialidad. Cada uno muy a su pesar o con gran felicidad, crearon sus propias historias dando vida a los diferentes estilos.

—¿Qué es lo que hacemos?  —se preguntaban a menudo. Hasta que un día descifraron el acertijo.

—Una vez escuché que a esto se le llama imaginación —soltó alguien por ahí.

—Yo escuché que se le llama creatividad  —Alguno más alzó la voz.

—No, esto es inspiración  —se apresuró otro.

—Esto  —dijo el primero en pisar la ciudad —se llama escribir.

Al oírlo, todos los demás se decepcionaron de que sus impresiones no fueran las correctas.

—Pero —continuó—, amigos míos, la escritura no sería posible sin un toque de imaginación, una pizca de creatividad y unas gotas de inspiración.

—¿Y cómo lo sabes?  —preguntaron ansiosos.

—Porque para escribir hay que sentirse inspirado, imaginando por medio del pensamiento y creando por medio de la acción. Miren a toda la gente a su alrededor, ¿cuántos de ellos vinieron sólo a mirar y cuantos vinieron también a crear?

—¿Qué quieres decir?  —preguntaron inquietos.

—Que no todos sienten el llamado, algunos sólo querrán leer nuestras creaciones mas es nuestra obligación darles vida. Escribimos los que sentimos el llamado, los que si no escribimos sentimos que morimos.

Esta ciudad ha sido como una hoja en blanco. Estuvo libre, dispuesta hasta que alguien decidió escribir y convertirla en un clásico en el que todos quieren vivir.

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¿Aún dudas de, si naciste para escribir?

Yo sé, sé lo que te pasa porque miro tus ojos desde acá. Miro tu mentón. Miro tu nariz. Miro como te rascas la cabeza pensando: qué más. Te reconozco en cuanto me tomas, sé quién eres, ¿y tú no lo sabes aún?

Mueres por plasmar en mí lo que piensas.

Mueres por darle vida a esa historia que mora en tu cabeza.

Mueres porque todos lean lo que está dentro de ti.

Mueres por darle voz, nombre y género a tus sensaciones y sentimientos.

¿Lo ves? Mueres si no escribes.

Estás condenado o ¿no? Ya acéptalo por favor: naciste para ser escritor.

Atentamente y con esperanza: el papel.