Dicen que hay que ir a la escuela desde muy pequeños para formarnos académicamente. Hay que llegar a cierta hora, portar determinado uniforme, cumplir con materias específicas de acuerdo a nuestra edad y ser evaluados mediante una prueba de conocimientos generales.
Pensándolo bien, pero muy muy bien, es absurdo, ¿no?
Habemos millones y millones de personas en este hermoso planeta .
El sistema educativo es —como diría Jürgen Klarić— un crimen. ¿Por qué? Porque está matando nuestra creatividad.
No hay "burros", no hay "tontos", ni "retrasados" que no entiendan las matemáticas, y tampoco hay "lentos de aprendizaje". Hay seres humanos con intereses totalmente diferentes, con habilidades únicas y aptitudes exquisitas que el sistema se niega a aceptar como "válidos".
Se nos enseña a guardar silencio, escuchar indicaciones y trabajar con base en un lineamiento específico. Si no lo haces así: eres tonto, eres desobediente, eres rebelde o eres un problema, y debes ser castigado para que en el futuro ni se te ocurra volver a salirte de los parámetros establecidos.
¿Quién dice que es hasta la universidad cuándo debemos elegir a qué nos queremos dedicar?
Habemos quienes lo sabemos desde muy niños y si no, qué más da. Se vale probar y fallar hasta encontrar.
Algunos docentes siguen creyendo que el alumno que no aprende rápido o que no entiende, es el problema, y no es así; el verdadero problema es que cada niño es diferente y la forma en la que aprenden también lo es.
Es absurdo generalizar el método de enseñanza. Es ridículo esperar que todos sean buenos en todo, que todos entiendan lo mismo y al mismo tiempo o que todos piensen igual.
No somos maquinas. Somos personas. Somos seres humanos.
¿Por qué hasta que cumplimos dieciocho se nos permite elegir? Abogado, médico, contador, nutriólogo, etc., incluso, ¿por qué tiene que haber un momento particular para elegir? Hay personas que ni a los dieciocho, ni a los treinta, ¿y qué? Qué más da si lo descubren a los cincuenta, siempre y cuando hayan ido por la vida probando y errando sin presiones y sin dañar a nadie.
¿Qué importa una buena o mala calificación en un examen? No valemos más ni menos por un número anotado en un papel.
Millones de niños en el mundo crecen creyendo que son estúpidos porque no supieron resolver una operación matemática, porque no supieron identificar en un mapa dónde estaba el río Nilo o porque olvidaron el nombre de un héroe de guerra.
Ya lo dijo Albert Einstein: “Todo el mundo es un genio. Pero si juzgas a un pez por su habilidad para trepar árboles, vivirá toda su vida pensando que es un inútil”.
¿Cómo esperamos ciudadanos de bien sí los valoramos con parámetros tan absurdos? Eso los desmotiva, los frustra y los limita. Es posible que el mundo pierda a un genio compositor porque nadie le dio la oportunidad de demostrar su talento en donde sí tenía amplias habilidades y juzgaron toda su valía por ser malo para geografía.
Hay hombres a los que les dicen que la danza es para mujeres. Mujeres a las que les dicen que la milicia es para hombres. Que el arte es para hippies, que la actuación es para drogadictos, que los artistas son alcohólicos o que el estilismo es para homosexuales. ¡Por favor! Estereotipos ridículos con los que nos alimenta la sociedad, gracias a los pérfidos medios de comunicación. No debería haber un género para ningún oficio o profesión. Nada debería ser sólo para mujeres o para hombres.
Así como hay millones de seres humanos con personalidades únicas, así debería de haber centros educativos para ayudarlos a desenvolverse en lo que mejor les parezca. Y no hablo de esas escuelas que ya existen independientes de la académica, como la escuela de música, danza o teatro. Hablo de una escuela con una filosofía de cambio, es decir: una que forme emprendedores sociales para que sean agentes de cambio, capaces y libres para mejorar su entorno. Escuelas alternativas que se centren más en las personas que en los contenidos y que formen a niñas y niños para que aprendan a tomar decisiones rápidas y beneficiosas para enfrentar los cambios que ocurren a diario.
Todo cambia, todo evoluciona, menos el sistema educativo: siguen instruyendo a los alumnos para que terminen como obreros, como lo hacían en la era industrial. Ahí la mayoría de la gente terminaba los estudios y pasaba directo a una fabrica; ya sabían qué debían hacer: callarse, escuchar indicaciones y obedecer.
No digo, ni creo, que todo el mundo tenga el mismo rezago académico. Es cierto que hay instituciones y profesores empeñados en poner su granito de arena para que, desde un aula, el mundo evolucione.
Quizá sea difícil que de un día para otro cambie todo el sistema. De hecho, me parece que se está haciendo todo lo posible por retrasar ese cambio. Lo que sí es posible es que nosotros dejemos de darle tanta importancia a las calificaciones, a los diplomas y a los exámenes.
Dejemos de preguntar a la gente qué grado de estudios tiene como si dependiera de eso una relación personal o laboral. Dejemos de juzgar, valorar, castigar o premiar a los niños por sus notas escolares.
De nuevo citando a Albert Einstein: "No te preocupes por las notas. Asegúrate de tener las tareas al día y que no tengas que repetir curso. No es necesario tener buenas notas en todo". (A su hijo Hans Albert, 1916).
Actualmente, las empresas que están revolucionando al mundo, contratan a su personal basados en sus habilidades y talentos, no en sus grados académicos. Si el muchacho que apenas terminó la primaria es un genio en algo que tú necesitas, contrátalo.
Sí tú eres el que no posee un certificado necesario para un puesto pero eres muy bueno en ello, aplica, demuestra que un papel no representa tu valor. Bien dicen: el "No" ya lo tienes, ve por el "Sí". La pasión es la que hace que las personas trabajen rápido y con ganas, no los diplomas ni los certificados.
Hoy día, el mundo es diferente. Es improbable que un alumno que vive rodeado de tanta tecnología, internet, inventos, redes sociales, emprendedores, artistas, empresarios, etc., no quiera hacer preguntas distintas, no se aburra de lo que le enseñan de manera sistemática y no sea inquieto. No se puede, enfatizo, NO SE PUEDE esperar que los alumnos del 2019 piensen, se comporten y aprendan como los de 1800.
Nota: Comencé este escrito con una pregunta: "¿Dónde están las escuelas de los artistas?". Deseo aclarar que por artistas me refiero a todo el mundo, pues todos somos genios en algo, todos tenemos habilidades únicas y absolutamente todos somos creativos.