En un arranque de emoción a viva voz Alejandro dice.
̶Bueno brindemos por esa oportunidad que nos dio el destino. Si no hubiera sido por ese incendio, no estaríamos aquí deleitándonos y pasándola tan rico.
̶¡Kampai!, Salud
̶A tu salud.
La emoción y las copas que en un principio transitaban por una calma, poco a poco me hacen sentir más relajada .
Después de una charla amena y unas cuantas jarritas de sake, aparece una chica, asiática.
̶¿Es japonesa, verdad? Le pregunto a Alejandro
̶Supongo, me responde.
Entra vestida con una especie de kimono ligero, Alejandro me indica que se llama yukata. La puerta se cierra para mantener la privacidad y ella saluda inclinando su dorso. Pronuncia algo indescifrable para mis oídos poco acostumbrados al idioma japonés. Los cabellos de azabache le azotan la espalda y la palidez de su piel se muestra casi con timidez.
Desprende el cinturón y la yukata flota en el aire, los segundos son eternos y no entiendo porque está completamente desnuda, me sorprendo, pero de igual manera no pronuncio ninguna palabra, aunque estoy segura que mi mirada muestra gran sorpresa.
La chica está completamente desnuda, senos pronunciados, de tamaño mediano, un cuerpo blanco y hermoso, un poco rasurada y muy joven. Realmente es hermosa. Se despoja de sus zapatos y pide permiso inclinándose nuevamente, se coloca en la mesa y sus ojos se cierran. Entra en una especie de trance. El mesero entra, coloca los palitos japoneses, y enseguida le sigue una comitiva de personas con distintos platillos rodeando la mesa y el maestro sushi aparece. Todos hacen la debida reverencia y comienza el chef a colocar una especie de hojas verdes (luego me enteré que eran algas japonesas, llamadas Nori) sobre el cuerpo de la chica desnuda.
Cuando paso por situaciones incomodas, me sonrojo y la sudoración se apodera de mí. No lo puedo evitar. Y esta era una de ellas.
Alejandro se deleita, esta extasiado ante el espectáculo con todo lo que pasa frente a sus ojos. Me da como un poco de celos ver que esta tan cerca de otra mujer y para mal de males, desnuda.
La decoración es formidable cada pieza está en las curvas de la modelo, que apenas respira. Sus pezones claros se erizan, pero lo hacen con disimulo.
Al estar todo servido los ayudantes y el chef nos invitan a degustar.
̶ ¡Itadekimas! Buen provecho. Suenan en coro sincronizado.
̶En serio Alejandro, ¿qué es todo esto? Le pregunto con la expresión de mi cara visiblemente impactada.
Alejandro toma otra copa de sake para luego decirme.
̶Te lo dije esto, es el Nyotaimori, el arte de usar a un cuerpo que en nuestro caso sería esta hermosa modelo como bandeja de comida. A esto me refería con hacer una experiencia diferente a lo que has vivido anteriormente.
No puedo ocultar la sorpresa y se lo hago saber.
̶De hecho, no sé qué hacer, estoy pasmada.
Con sobrada confianza Alejandro trata de escudriñar un poco más.
̶ ¿Por qué nunca habías estado tan cerca de una mujer desnuda?
Le tomó la palabra, porque no me gusta que me reten. Con absoluta claridad pongo los puntos sobre las íes.
̶ ¿Y más o menos de que va todo esto? Porque lo del sexo en grupo o manosear el cuerpo desnudo de otra mujer no me resultaría nada agradable. Y sinceramente esto no es lo que esperaba de esta cena.
Riéndose y con una mirada picara se reclina en la silla, Alejandro sabe mover sus piezas cada respuesta esta comedida.
̶Para nada Alba, no es lo que estás pensando. Veo que la creatividad te aflora. Y ahora que lo mencionas quizás para las próximas cenas pueda organizar algo de lo que imaginas. ¡Jajajajajajajajajaja!
Le insisto que me aclare todo, porque una cosa es jugar de palabras y otra muy distinta es ver los hechos. Vuelvo a decirle.
̶No me respondiste. ¿De qué va todo esto?
Al ver que no estoy con rodeos se viene al grano.
̶Esto no se trata de otra cosa, más que de comer. Lo del Nyotaimori que es esto que ves, es un ritual que es antiguo donde se adorna con comida japonesa, por eso muchos le dicen también sushi al desnudo o cuerpo de sushi, a las modelos que yacen sobre la mesa.
Con calma me le acercó al oído y le musito.
̶Nunca imagine que alguien tuviera como profesión desnudarse sobre una mesa para ser decorado con comida. Y menos aún japonesa.
Alejandro aprovecha el momento para aleccionándome respondiendo.
̶En el mundo hay tanto de todo que si no nos atrevemos jamás nos enteramos de lo que nos rodea. Pero para tu información es bien lucrativo. Porque los precios de estas comidas son…
Le interrumpo para aclarar.
̶Costosas me imagino.
̶No me malinterpretes, la idea que quería decirte, es que desde un punto de vista profesional puede generar grandes ingresos. ¿Te interesa?
Con un manotazo en el hombro le celebro su chiste.
̶Estúpido, no, y jamás lo haría.
̶La experiencia me ha enseñado a no decir nunca jamás porque la rueda de la vida nos pone hoy aquí y mañana podríamos estar allá. Al responder su mirada me desnuda el alma.
Sigo dándome cuenta de la elocuencia de Alejandro, es más que una carrocería, es más que belleza y músculos, es un hombre agradablemente extraño y meticuloso. De esos que despiertan sed de placer y encanto. Un toro bravío que se esconde bajo una piel de oveja indefensa.
Con elegancia vuelve sobre el tema.
̶Investigue algo antes de venir, sabías que a las chicas se les llama Nyotaimori y a los chicos, porque hay para todos los gustos les dicen Nantaimori. La próxima vez que escuches esas palabras sabrás de qué trata la cena. Por meros datos culturales, las geishas. ¿Geishas? ¿Sabes sobre lo que te estoy hablando, verdad?
Con mi mejor cara irónica me sonrió para decirle.
̶Si Alejandro no soy una neófita de la cultura japonesa, las geishas serian como unas damas de compañía, pero con más estilo y menos libertad de complacencia. Una especie de prostituta con clase se podría decir.
Celebra mi conocimiento con aplausos y alega.
̶Exacto. La cosa es que cuando los guerreros volvían de las batallas se reunían en las casas de las geishas para celebrar las victorias y organizaban fiestas de comida de Nyotaimori. Orgias de comida, placer y seguramente sexo.
Me vuelvo a sonrojar, no lo puedo evitar, pero lo que me dice no me desagrada siento hasta placer de escucharlo hablar, el universo, el mío, giraba con él en el centro. Imagino que el sake también me ayudaban a verlo de esa manera.
Viéndolo desde un punto de vista profesional le pregunto.
̶¿Y cómo puede controlar sus necesidades?, las ganas de estornudar, si le da comezón en alguna parte de su cuerpo o peor aún si quiere tirarse un pedo.
Una sonrisa burlona me delinea, la picardía. La suspicacia hace que el cabello se me mueva de lado a lado. No me había percatado pero sus ojos a medio cerrar detallan cada pose, cada gesto y palabra que decía. Esa observación absoluta de su mirada me intimidaba, pero en el fondo su atención me daba ganas de morderle, los labios en señal de aprobación a lo que quisiera hacer conmigo.
̶Para que lo entiendas bien y veas que esto es algo muy profesional, te explicare con más detalle, estas modelos pasan por duras sesiones de entrenamiento que las va llevando poco a poco a insensibilizar todo su cuerpo para soportar durante largos periodos de tiempo estas torturas. Y tener la suficiente calma para hacerse una con la mesa y la comida por muy aburrida que sea la cena y los comensales. Me dice Alejandro en respuesta a mi inquietud.
Y como es costumbre en nosotras las mujeres, quise ahondar un poco más esta rara experiencia así que le pregunto.
̶ ¿Y si alguien quiere comer una de sus partes, le besa en su entrepierna o quiere tener sexo?
̶No hay que ser tan incrédulos. Imagino que, si hay mucho dinero en la mesa esas barreras de la timidez, el pudor y la ética pueden ser algo más relajadas y flexibles. ¿Por qué crees que estamos en esta zona casi clandestina? La mirada cómplice y sus palabras son una invitación a descubrir juntos lo desconocido.
Acepto la insinuación y lo poco temerosa que me siento ante su propuesta tacita.
̶Si es un sótano de perversión. Y esa idea de unir el placer de la comida y la sensualidad, es una mezcla que cautiva los sentidos de los que desean vivir esta experiencia.
Las miradas que nos damos, cruzan la mesa, los trozos de sushi musitan palabras en cada uno de nuestros paladares. La locura del momento, es un punto que nos ha unido siempre, primero un incendio ahora esta sutileza que nos seduce los sentidos. ¿Nos hará los protagonistas de una historia de amor? Me preguntaba.
Las jarras de sake pasan y las carcajadas van y vienen.
Una ocurrencia mía nos hace cómplice de una picardía, y le dijo en voz baja: ̶ ¿Y si le pellizco el pezón con los palitos chinos, se moverá?
̶No te pases Alba, pero si lo deseas tanto, inténtalo para ver, si mi teoría se cumple y se quedara inmóvil al mejor estilo de un guardia de la realeza británica. Me contesta aprobando mi locura.
No puedo quedarme con esa duda…le tomo uno de sus pezones con los palitos que luego me aclaro Alejandro se llamaban Hashi, y ni se inmuto. Era la primera vez que tocaba los pezones de otra mujer, le envolví en salsa de anguila que acompañaba a los sushi roll llamados Fuji Roll. El pensamiento se nos cruzó.
̶ ¿Quién le lamerá primero la salsa tu o yo? Le pregunte.
̶Hagámoslo los dos. Me responde.
Y nuestras lenguas con risas picaras lamieron sus pezones y las miradas se enjuagaban en el dulce amargo de los deseos que nos teníamos. Y las ganas de tener un encuentro íntimo que terminara por develar lo más íntimo y oscuro de los dos.
Nos reímos por un rato, ciertamente la chica ni se inmuto ante mi curiosa travesura, la diversión dejaba que se colaran las miradas y los juegos de doble sentido que lejos de hacernos sentir incomodos detonaban nuestras pulsaciones a otro nivel.
Una curiosidad me asalta desde uno de los callejones de mi mente, ¿Cómo será Alejandro en la cama? ¿Tendremos esta misma conexión sexual? ¿La química nos dejara alcanzar todos los orgasmos que deseemos? ¿Sera un buen amante?
Absorta en esos pensamientos, rozan el momento que estamos viviendo, Alejandro parece intuir mis deseos, con delicada fuerza, su mano varonil convierte una caricia en un cumplido, empuña las suyas alrededor de las mías. Presa de él, le miro, una ola de calor me estremece y nuevamente me sonrojo. Cada vez que me tocaba sentía que la temperatura de mi cuerpo se descontrolaba a tal punto que si me hubieran auscultado el diagnostico hubiera sido fiebre.
Sin quitarme la mirada dice.
̶Gracias por acompañarme en esta aventura, porque al igual que tú, estoy sorprendido. Jamás me hubiera atrevido vivir esta experiencia, solo.
Al terminar de decir esas palabras, sus labios rozan mi piel y besan con ternura mis dos manos.