El eco de los árboles ? ?️

El bosque era denso y oscuro, aunque aún no había anochecido. El grupo de amigos caminaba entre los árboles con linternas en mano, siguiendo un sendero que apenas se distinguía bajo la hojarasca .

Habían oído las historias desde niños: sobre la niña que desapareció en aquel mismo bosque hacía más de treinta años y cuya alma, según decían, seguía vagando entre los árboles.

—No es más que una leyenda —dijo Marcos, el mayor del grupo, aunque su voz no sonaba tan segura como habría querido.

—Entonces, ¿por qué te tiembla la linterna? —bromeó Sofía, tratando de aliviar la tensión.

De pronto, un crujido a su derecha los hizo girar de golpe. Las linternas iluminaron un claro entre los árboles, y ahí, de pie, estaba una niña.

Llevaba un vestido blanco, sucio y rasgado, y su cabello largo y enmarañado le caía sobre el rostro. No parecía mayor de nueve años.

—¿Estás… bien? —preguntó Daniel con cautela.

La niña inclinó la cabeza y parpadeó lentamente, como si tratara de recordar cómo responder. Luego, alzó una mano temblorosa y señaló hacia el interior del bosque.

—Ayuda… —susurró.

El grupo se miró, sin saber qué hacer. Ninguno de ellos esperaba ver a alguien, y mucho menos a una niña sola en medio de la nada.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Sofía, pero la niña no respondió.

Marcos dio un paso adelante, pero en cuanto lo hizo, la niña se giró de repente y echó a correr entre los árboles.

—¡Espera! —gritó Daniel, corriendo tras ella.

El resto del grupo no tuvo más opción que seguirlo.

El bosque parecía cerrarse a su alrededor, las sombras alargadas se movían con el viento, y la sensación de que algo los observaba se hizo más fuerte. La niña corría sin esfuerzo, deslizándose entre los árboles como si conociera cada rincón del bosque.

Finalmente, llegaron a un claro donde un árbol viejo y torcido se alzaba en el centro. La niña se detuvo allí, respirando agitadamente, y luego señaló al suelo.

El grupo se acercó con cautela y vio que la tierra estaba removida. Algo estaba enterrado ahí.

Daniel se arrodilló y empezó a escarbar con las manos. No tardó mucho en chocar contra algo sólido: un pequeño cofre de madera, cubierto de barro y raíces.

Cuando lo abrieron, encontraron dentro un viejo osito de peluche y un cuaderno de tapas descoloridas. Sofía lo tomó con manos temblorosas y lo abrió.

Las primeras páginas estaban llenas de dibujos de una niña con su familia, pero a medida que avanzaban, los dibujos cambiaban. Ahora mostraban a la niña sola, en el bosque, con grandes sombras acechándola.

—Es su diario… —susurró Sofía, pasando las páginas.

De pronto, Marcos se quedó inmóvil.

—Chicos… miren.

Señalaba una página en particular.

En ella, había un dibujo de la niña, con su vestido blanco, rodeada por figuras borrosas. Y a su lado, estaban ellos. Dibujados con exactitud.

El grupo se quedó helado.

Cuando levantaron la vista, la niña ya no estaba.

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