El caos en la vida de María
Hace 2 días
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En el corazón de Buenos Aires, donde la vida nocturna nunca cesa y las luces de neón parecen encenderse con cada suspiro de la ciudad, vivía María, una joven cuya vida giraba en torno a fiestas y excesos. María había crecido en un hogar disfuncional .

Su padre, un hombre de carácter violento, la maltrataba sin piedad, y su madre, sumida en una profunda ignorancia y desinterés, pasaba las horas ocupada en sus propias fantasías. Creía que su hija estaba loca, y esa creencia la llevó a ignorarla por completo. De todas sus hermanas, solo Teresa permanecía a su lado, un rayo de luz en medio de la tormenta.


María había aprendido a sobrevivir en un mundo hostil, llenando el vacío emocional con el alcohol y buscando consuelo en fiestas descontroladas. Su vida era un vaivén de amores fallidos, cada uno más efímero que el anterior. No creía en el amor, consideraba a los hombres como seres iguales, destinados a decepcionarla. Con cada relación, se convencía más de que nadie podría romper su coraza, y así continuaba su vida en un ciclo interminable de fiestas, risas, y lágrimas ahogadas en botellas.


Una noche, en medio de una de esas fiestas estruendosas, María se dejó llevar por el impulso y se embriagó más de lo habitual. Perdió la noción del tiempo y del lugar. Sus amigos, cansados de sus excesos, decidieron abandonarla. “Volvé sola, no es nuestra responsabilidad”, le dijeron, riéndose entre tragos. Así fue como María, perdida en un mar de alcohol y confusión, terminó recostada en la vereda, ajena a todo lo que sucedía a su alrededor.


Fue entonces cuando Santiago, un joven de clase alta que regresaba de la universidad, la encontró. A primera vista, él era todo lo que ella despreciaba: un chico conservador, de buenos modales y con una mirada que reflejaba una vida diferente. Sin embargo, en lugar de sentir repulsión, algo dentro de él lo impulsó a acercarse. Santiago se agachó a su lado y, con voz suave, le preguntó si estaba bien. María, con la vista nublada y la mente borrosa, apenas pudo articular palabras, pero en su mirada había un rayo de desesperación.


Santiago la llevó a su casa, donde la atendió con la delicadeza que ella nunca había conocido. Esa noche, él se sintió atrapado entre la compasión y la curiosidad. Decidió que debía ayudarla. María, inicialmente resistente, comenzaba a abrirse a él. Su presencia era diferente; no la juzgaba, no pretendía cambiarla, simplemente estaba ahí, dispuesto a escuchar. Con el tiempo, fueron construyendo una amistad inusual, un vínculo inesperado que parecía desafiar las convenciones.


María compartió sus secretos, su dolor, y las cicatrices que llevaba en el alma. Hablar con Santiago era como destapar una herida que había estado cerrada por mucho tiempo. Poco a poco, él se convirtió en su confidente, su refugio en medio del caos. Con cada conversación, María se sentía más cómoda, más segura. Santiago la animaba a hablar sobre su familia, sobre el maltrato que había sufrido, sobre su relación con su madre y su hermana. Mientras tanto, su propia vida se iba volviendo más clara, más iluminada.


Con el correr de los días, algo comenzó a cambiar dentro de María. Se dio cuenta de que, a pesar de sus miedos y sus adicciones, había en ella un deseo profundo de ser mejor, de dejar atrás el pasado y construir un futuro diferente. Y ese futuro parecía ser posible gracias a Santiago. Sin embargo, el camino hacia el cambio no sería fácil.


María empezó a luchar contra sus demonios internos. A veces, el alcohol la llamaba con fuerza, y ella se encontraba en la encrucijada entre el viejo estilo de vida y la nueva esperanza que Santiago le ofrecía. Hubo días en los que se sentía fuerte, lista para dejar atrás las fiestas, pero otros, como sombras que regresan, la llenaban de dudas. Santiago la apoyaba en cada paso, pero había momentos en los que él sentía que no podía ayudarla más. Su paciencia era infinita, pero él también era humano y tenía sus límites.


Una noche, mientras caminaban juntos por los jardines de Palermo, María sintió que su corazón latía con fuerza. Miró a Santiago y, por primera vez, sintió amor. Era un amor que la asustaba, porque sabía que lo había herido antes y que la herida aún estaba fresca. Sin embargo, sabía que necesitaba arriesgarse. “No puedo seguir huyendo de mis sentimientos”, pensó. Sin embargo, la inseguridad la invadía.


Unos días después, una llamada la sacudió: su hermana Teresa había sido hospitalizada. La noticia fue un golpe devastador. María sintió que el mundo se desmoronaba. En ese momento, el pasado regresó con furia. Recordó las noches en que Teresa había estado a su lado, apoyándola, incluso cuando la vida se tornaba insoportable. Santiago, al ver la angustia de María, decidió acompañarla al hospital. Estaba allí, con su mano en la de ella, cuando las lágrimas comenzaron a brotar.


María sintió la desesperación y la impotencia recorrerla. En el hospital, entre las máquinas y el ruido del lugar, se dio cuenta de que su vida había cambiado para bien, pero aún le faltaba mucho. Santiago la miró a los ojos y le dijo: “No estás sola. Estoy aquí, siempre estaré aquí.” En ese instante, ella se sintió fuerte por primera vez. Prometió a sí misma que no volvería a dejar que sus demonios la atraparan, no después de haber encontrado a alguien que la quería de verdad.


Con el apoyo de Santiago, María comenzó a asistir a grupos de ayuda. Cada día se enfrentaba a sus miedos, a sus adicciones y a las sombras de su pasado. Fue un proceso doloroso, pero también liberador. El tiempo pasó, y las noches de fiesta se transformaron en veladas tranquillas, donde podía disfrutar de la compañía de su amiga, sin la necesidad de perderse en el alcohol.


La relación con Santiago creció y se profundizó. Ella aprendió a amarlo de verdad, y él a no tener miedo de su pasado. Un día, mientras caminaban juntos por el barrio, María le confesó que sentía algo especial por él. Santiago sonrió y le tomó la mano. “Siempre supe que había algo más entre nosotros”, le dijo.


La vida les sonreía, y con cada paso que daban, las huellas del pasado se desvanecían. María entendió que el verdadero amor no era un cuento de hadas, sino un viaje lleno de altibajos, donde la comprensión y la paciencia eran las herramientas más poderosas. No todo fue perfecto, pero juntos, eran fuertes.


Finalmente, después de muchas luchas y victorias, María dejó atrás su vida de excesos. Con el apoyo incondicional de Santiago, encontró su camino hacia una vida plena y auténtica. Juntos construyeron un futuro en el que el amor y la amistad eran el centro de todo. Mientras tanto, las luces de Buenos Aires seguían brillando, pero ahora eran un símbolo de esperanza y no de caos.


Así, en medio de la ciudad que una vez fue testigo de su dolor, María y Santiago encontraron su lugar, convirtiendo su historia en una lección de amor y superación.


 


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paupau_ 170 puntos Hace 1 día paupau_ 170 puntos
member
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Hace 1 día
Laura16 497 puntos Hace 16 horas Laura16 497 puntos
curioso
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Hace 16 horas
Carlacar 274 puntos Hace 13 horas Carlacar 274 puntos
me gusto el texto ??
+1 voto
Hace 13 horas
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