Las fuerzas oscuras acechan mi comunidad - Parte 2
5 Oct, 2024
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Pasaron semanas desde aquella noche en la que el León de la Tribu de Judá llegó al castillo. Cada día me sentía más conectada con él, como si mi propósito estuviera entrelazado con su misión .

Aprendí a confiar ciegamente en su sabiduría y fortaleza, pero había algo que seguía pesando en mi pecho: la espera. Mientras él me hablaba de la importancia de la paciencia, la opresión en Mefiboset continuaba, y ver a mi gente sumida en la oscuridad me desesperaba.


Una noche, mientras el viento helado del invierno sacudía las murallas del castillo, algo dentro de mí estalló. No pude más con la incertidumbre, con la impotencia de sentir que solo podía esperar. Me acerqué al León, que descansaba cerca de la chimenea, y con lágrimas en los ojos le dije:


—No soporto verlos así, perdidos, engañados... Si hay algo que pueda hacer ahora, decímelo. No quiero seguir escondida mientras ellos sufren.


El León me miró con sus ojos profundos, llenos de comprensión y una tristeza antigua que llevaba cargando por milenios. No habló al principio, pero su mirada lo decía todo. Sentí una mezcla de compasión y desafío en su silencio.


—Sol —comenzó, con su voz grave y serena—, he visto la maldad corromper a pueblos enteros. Sé que es difícil ver sufrir a quienes amás, pero tu rol es vital en esta batalla. Vos tenés algo que los otros no, y es tu libertad. Ese poder que llevás dentro, que te sacó del engaño, será el faro que los guíe. Pero no podés actuar desde la desesperación; el momento llegará, y cuando lo haga, vas a saberlo. Yo estaré a tu lado, pero ahora... preparate.


Sus palabras me tranquilizaron por un instante, aunque la angustia no desaparecía del todo. Decidí hacerle caso, aunque seguía con el deseo ardiente de hacer algo, cualquier cosa, para acelerar el proceso.


Un par de días después, mientras caminaba por el castillo en busca de algo de paz, el ciervo que me había guiado al castillo apareció una vez más, esta vez con una mirada diferente. Algo había cambiado. Se acercó a mí con un brillo en los ojos, como si quisiera mostrarme algo urgente. Sin dudarlo, lo seguí por el sendero que llevaba a un claro del bosque.


Al llegar, vi una figura encapuchada junto a un árbol antiguo, uno que parecía ser tan viejo como el mismo pueblo de Mefiboset. Mi corazón comenzó a latir con fuerza. ¿Quién era esa persona? ¿Cómo había llegado hasta allí? El León no estaba conmigo en ese momento, así que me sentí vulnerable por primera vez en mucho tiempo.


—¿Quién sos? —pregunté, mi voz temblando un poco, aunque intentaba sonar firme.


La figura se dio vuelta lentamente y bajó la capucha. Para mi sorpresa, era una mujer. Tenía una mirada intensa, pero no malvada, más bien llena de dolor y secretos guardados durante demasiado tiempo.


—Soy como vos, Sol —dijo con un tono grave—. También escapé del dominio del pueblo. Me llamo Amara, y he estado ocultándome por años, esperando la misma liberación que vos ansiás.


Me quedé helada. ¿Cómo podía haber alguien más como yo, otra persona que había logrado romper con el control de la oscuridad de Mefiboset? ¿Por qué el León no me lo había dicho?


—No entiendo... ¿Por qué no te había visto antes? —pregunté, intentando procesar lo que estaba ocurriendo.


—Porque estaba esperando —respondió Amara—. Esperando el momento correcto para revelarme. Vos sos la clave, Sol. El León te eligió a vos, pero no podés hacerlo sola. Necesitás aliados, y yo estoy dispuesta a ayudarte.


Sentí una mezcla de confusión y esperanza. ¿Podría ser que Amara y yo estuviéramos destinadas a luchar juntas por la liberación de nuestro pueblo? Pero antes de que pudiera responder, el cielo comenzó a oscurecerse de manera repentina, y el rugido de las bestias demoníacas resonó en la distancia.


Amara dio un paso hacia mí y, con una mirada decidida, me dijo:


—El tiempo ha llegado. Ya no podemos seguir escondiéndonos. Es hora de actuar.


De repente, todo lo que el León me había dicho cobró sentido. Mi paciencia estaba siendo puesta a prueba, pero ahora era el momento de luchar por mi pueblo. Con Amara a mi lado, sentí que finalmente había llegado el día de la liberación.


Me di vuelta hacia el castillo, sabiendo que el León me estaba observando desde la distancia, con su eterno cuidado y sabiduría. Mientras me preparaba para lo que estaba por venir, sentí un rugido en lo más profundo de mi ser. No estaba sola. 


Amara y yo nos preparamos para enfrentar a las fuerzas malignas que habían estado oprimiendo a nuestro pueblo por tanto tiempo. El León de la Tribu de Judá había mencionado que no estaba sola, pero no imaginaba que mi lucha compartiría espacio con alguien como Amara, que también había sido una sobreviviente de esa oscuridad.


Regresamos juntas al castillo, donde el León nos esperaba. No hizo falta que dijera nada, pero en sus ojos vi que sabía lo que estaba por venir. La batalla no sería sencilla. Los poderes que controlaban Mefiboset no eran solo fuerzas malignas aisladas; había algo más profundo, más oscuro que estaba enraizado en la tierra misma, un mal que llevaba siglos corrompiendo la mente y el espíritu de sus habitantes.


Aquella misma noche, una tormenta comenzó a azotar el pueblo. El viento silbaba de manera amenazante, y la oscuridad parecía más densa que nunca. Amara y yo nos posicionamos en el borde del bosque, mirando hacia el pueblo, mientras el León permanecía detrás, observando en silencio, como si su simple presencia fuera un escudo protector.


—Es ahora o nunca —dije en voz baja, más para mí misma que para Amara.


Ella asintió y, sin decir palabra, comenzamos a caminar hacia el corazón de Mefiboset.


Al llegar, lo que vimos nos dejó sin aliento. Las bestias demoníacas, brujas y los seres oscuros que tanto temía desde mi juventud estaban allí, rodeando la plaza principal del pueblo. Pero lo más impactante era ver a los aldeanos, incluidos aquellos que alguna vez me habían sido cercanos, como títeres bajo el control de esas entidades. Sus ojos vacíos, sus movimientos mecánicos... era como si ya no fueran ellos.


—No hay vuelta atrás —murmuró Amara.


Sentí un nudo en el estómago, pero también algo nuevo dentro de mí: coraje.


De repente, el rugido del León resonó en la distancia. Era una señal. Era nuestro momento.


Las bestias se dieron vuelta hacia nosotras, reconociendo la amenaza. El aire se volvió denso, cargado de una tensión palpable. Amara levantó sus manos, canalizando una energía que nunca había visto antes, y los aldeanos comenzaron a sacudirse, como si intentaran liberarse de sus cadenas invisibles.


Mientras ella luchaba por liberarlos, yo me enfoqué en las bestias. Sentí el poder del León dentro de mí, y con un grito, avancé hacia los demonios. La batalla fue feroz. Las criaturas eran rápidas y letales, pero algo en mi interior me mantenía fuerte, me hacía seguir adelante sin miedo.


Amara, por su parte, se enfrentó a las brujas, quienes intentaban recuperar el control de los aldeanos. El cielo parecía desgarrarse con la tormenta, y todo se volvió una danza caótica de luz, oscuridad y poder.


En el clímax de la batalla, cuando parecía que no podríamos resistir más, el León apareció en medio de la plaza, su presencia emanando una fuerza tan abrumadora que las bestias comenzaron a retroceder. Con un último rugido, las sombras comenzaron a disolverse, y los aldeanos, uno por uno, empezaron a recuperar la conciencia. La liberación de Mefiboset había llegado.


Cuando todo terminó, la calma que se instaló fue casi surrealista. La tormenta había cesado, y el pueblo, aunque todavía en estado de shock, comenzaba a despertar a una nueva realidad. Las brujas y las bestias demoníacas se habían desvanecido, y los aldeanos, por primera vez en años, parecían tener claridad en sus ojos.


Amara, exhausta pero triunfante, se acercó a mí. Nos abrazamos, sabiendo que habíamos logrado lo imposible.


El León se acercó a nosotras, su mirada llena de orgullo y sabiduría. Inclinó la cabeza ligeramente y, sin palabras, nos agradeció por nuestra valentía.


—Lo logramos —dije, con una mezcla de alivio y emoción.


Pero el León, siempre sabio, nos recordó algo importante.


—Este es solo el comienzo —dijo, con su voz profunda—. Ahora el pueblo debe sanar. Pero han demostrado que la esperanza siempre prevalece.


Y con esas palabras, su figura comenzó a desvanecerse, como si su misión aquí ya hubiera terminado. Aunque su presencia física desapareció, su espíritu y legado quedaron grabados en cada rincón de Mefiboset.


Los días siguientes fueron de reconstrucción. Amara y yo nos convertimos en líderes, no por deseo de poder, sino por la confianza que el pueblo depositó en nosotras. Ellos sabían que habíamos sido las primeras en liberarnos del control, y ahora guiábamos al pueblo hacia una nueva era, donde la oscuridad ya no tendría poder sobre ellos.


Sin embargo, la historia del León de la Tribu de Judá, del sacrificio y de la lucha por la libertad, quedó grabada en las almas de cada habitante de Mefiboset, una historia que pasaría de generación en generación, recordando que incluso en los tiempos más oscuros, siempre hay esperanza.


 


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