En el tiempo de la crisis económica que atravesaba Argentina durante el año 2001, se encontraban en la ciudad de El Conquistador dos indigentes llamados Juan y Jorge. Ambos se conocieron al deambular por las calles buscando alimento en los basureros .La situación fue tan complicada que la pobreza en el país se incrementó notablemente. En este contexto, por un lado, se encuentra Juan, un joven huérfano de clase trabajadora que prestaba servicios como guardia de seguridad en una empresa. Sin embargo, esta se fue a la quiebra por razones evidentes, y como consecuencia de ese lamentable suceso, Juan tuvo que vender todas sus pertenencias hasta que ya ni siquiera le alcanzaba para pagar el alquiler de su departamento. Al no tener a quién acudir, su único dormitorio se convirtió en un banco de un parque.
Por otro lado, está Jorge, quien se había separado de su esposa debido a su ludopatía. En vez de cuidar su trabajo para colaborar con su pareja y su hija, su ambición por ganar dinero mediante juegos de azar, junto con su falta de responsabilidad en el trabajo, lo llevaron a ser despedido. Jorge solo quería una vida fácil, recurriendo a atajos que lo condujeron a la ruina, perdiendo a su familia. Ahora debía enfrentar una vida lejos de lo que alguna vez conoció como su hogar. Por un tiempo, se hospedó en casa de sus padres, pero ellos no soportaron mucho su compañía, considerándolo una vergüenza y humillación para su apellido, así que lo echaron, terminando en la misma condición que Juan.
Ambos compañeros se asentaron en el centro de la ciudad, pidiendo limosnas, creyendo que allí tendrían más posibilidades de calmar el hambre. Un día, mientras estaban en aquel lugar, encontraron un periódico viejo y lo leyeron. En uno de sus artículos se mencionaba la muerte de José Luis Bull, un hombre que había sido propietario de bienes de alto valor. Su casa se encontraba en la pequeña Isla del Ceibo, y se rumoraba que había escondido una suma importante de dinero antes de morir. Muchos intentaron buscarlo, pero sin éxito. Al leer esto, Juan y Jorge se llenaron de entusiasmo y comenzaron a idear un plan para apoderarse del tesoro. Al finalizar la planificación de su aventura, no paraban de reírse entre ellos. Jorge le decía: "Che, Juan, ¿te das cuenta de que estamos a punto de ser millonarios? Me voy a comprar un Lamborghini".
Así que, un sábado por la mañana, se dirigieron a la costa y cruzaron el río Paraná en una lancha prestada por un amigo de Jorge. Llegaron a la residencia abandonada del Sr. Bull. Los muchachos pasaron el día entero buscando, sin rendirse. Finalmente, Juan encontró unas llaves dentro de un objeto extraño, que usaron para abrir el sótano, donde había una caja fuerte. Lograron abrirla y, al observar la cantidad de billetes y lingotes de oro, lo colocaron todo en un bolso. No podían creerlo y saltaban de alegría. Sin embargo, no sabían que José Luis había sido un hombre muy tacaño, que no permitiría que nadie tomara lo suyo, por lo que lanzó una maldición sobre su fortuna: quien se la llevara sería consumido por la codicia hasta caer en desgracia.
Jorge fue el primero en tocar el tesoro, y la maldición lo alcanzó rápidamente. Mientras guardaba el botín, pensó en escapar y encerrar a Juan en el sótano. Así lo hizo. Se fue en la lancha sin mirar atrás. Su compañero no podía procesar lo sucedido, pero cuando reaccionó, rogó a gritos que le abriera la puerta. No hubo respuesta. Ya era tarde, y sin más remedio, pasó la noche en ese frío y húmedo lugar. Al día siguiente, derribó la puerta y pudo salir. Sin embargo, como no tenía medios para regresar a la ciudad, debió esperar tres días, hasta que la prefectura lo halló y rescató.
Con la abundante riqueza, Jorge se compró una mansión y ni siquiera se preocupó por su compañero de la calle. Disfrutaba de los placeres banales; la lujuria y la codicia lo cegaron. Con frecuencia, realizaba fiestas desenfrenadas, rompiendo reglas. Sus supuestos amigos y las mujeres de mala reputación se aprovechaban de él. Además, permanecía borracho la mayor parte del tiempo. Su proceder lo estaba arruinando, y aunque era consciente, no podía detenerse. Con el paso de los años, la vida le pasó factura: le diagnosticaron cirrosis, originada por el consumo excesivo de alcohol. Despilfarró de tal manera que terminó sin poder cubrir sus gastos exorbitantes. No supo administrarse correctamente. Los malos deseos de su corazón lo derrotaron, y cuando ya no tenía lo suficiente para mantenerse, el gobierno embargó su propiedad para saldar las deudas. Jorge volvió a la misma situación del principio, regresando a vivir en las calles.
Una tarde, Juan se dirigía a la Joyería Enrique. De camino, se encontró con Jorge en un estado deplorable, enfermo y desgastado. Se acercó y Jorge le dijo: "Deberías ignorarme. Después de lo que te hice, ni tendrías que mirarme. Si fuera vos, seguiría de largo". A lo que Juan respondió: "No soy esa clase de persona. En verdad te perdoné; no guardo ninguna ofensa. Permíteme ayudarte. Puedo ofrecerte un puesto en mi negocio. No quiero verte así". Jorge sintió un profundo arrepentimiento por haber sido desleal y por haber tomado aquellas malas decisiones. No comprendía cómo Juan podía extenderle una mano después de lo ocurrido. Claramente, se podría cuestionar la decisión de Juan, pensando que estaba completamente loco al ayudar a alguien que lo traicionó descaradamente. Sin embargo, para él, fue la mejor decisión. Entonces, se encargó de los costos del tratamiento de Jorge, hasta que se recuperó, pudiendo trabajar y comenzar de nuevo.
Juan empezó desde cero. La economía en Argentina se estabilizó. Consiguió un empleo en una oficina y otro como repartidor de comida rápida. Trabajaba muchas horas para llevar adelante su emprendimiento, cuyo sueño era abrir su propio restaurante. Poco a poco fue creciendo, ocupando territorio en la ciudad, gracias al Cielo. A través del esfuerzo y al saber aprovechar las oportunidades, mejoró su calidad de vida. Cuando los recursos están a disposición y se utilizan sabiamente, y cuando tus intenciones no son egoístas, sino que implican compartir con los demás, la recompensa llega y las puertas de las bendiciones se abren. Aprendiendo a amar, pudo cambiar su rumbo para bien, dejando atrás el pasado y viviendo plenamente, sin resentimientos.
Si te gustan mis relatos, te invito a seguirme en mi cuenta, tu apoyo me incentiva a continuar escribiendo. Gracias por leer.
Aclaración: Los personajes y algunos lugares mencionados son ficticios.